Romanos 8:32
“El que NO ESCATIMÓ NI A SU PROPIO HIJO, SINO QUE LO ENTREGÓ por todos nosotros…”
Un día un pastor que hacía visitas en la cárcel se acercó a las personas a quienes les enseñaba sobre la Biblia y les preguntó: ¿Saben ustedes quién mató a Jesús? Y la respuesta inmediatamente no se hizo esperar; unos decían que fueron los soldados, otros decían que los sacerdotes y líderes de la época, y así… El pastor se detuvo y dijo: «»bueno, según Romanos 8:32 quién lo mató fue Dios«». Y todos se callaron.
La Biblia nos dice una y otra vez que quien consintió la muerte de Jesucristo fue el mismo Padre. La necesidad que tenía el hombre de un Salvador llevó a Dios a entregar a Su único Hijo a morir por nosotros.
Así como Abraham ofreció a su hijo Isaac, Dios ofreció a Su Hijo en sacrificio por nuestro pecado. A diferencia de Abraham, Dios liberó a Isaac de la muerte (Génesis 22), mientras que “Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). La palabra escatimar (“feidomai” G5339) puede traducirse como perdonar, evitar u otorgar indulgencia; y Dios NO evitó la muerte de Su Hijo.
En tanto que entregar (“paradidomi” G3860) implica consentimiento de parte de Dios. Esta palabra griega puede traducirse también como encarcelar o exponer a alguien para un fin. Dios “expuso” a Cristo, o mejor dicho lo “encarceló” para que muriera, cortado de su libertad, lo entregó a la cruz.
Cristo murió no por merecimiento, sino por sustitución; el Justo murió por los injustos; el Santo Dios por el hombre pecador; el Creador por su creación; el Hijo eterno por aquellos que llegarían a ser adoptados por el Padre.
Dios entregó, y por ende consintió, la muerte de Cristo “para que todo aquél que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16)
¿Por qué lo hizo? No porque Cristo lo merecía, sino porque lo necesitábamos.
¿Qué hacer entonces? La Biblia dice que si crees en la muerte sustitutiva de Cristo y lo recibes por fe como tu Salvador serás hecho hijo de Dios y salvo de la ira venidera (Juan 1:12; 1 Tesalonicenses 1:10).
«Dios entregó a la muerte a Cristo para que tú y yo vivamos eternamente en el cielo»