2 Timoteo 2:5
“Y TAMBIÉN EL QUE LUCHA COMO ATLETA, no es coronado si no lucha legítimamente.”
Cuando era niño me encantaba leer las Fábulas de Esopo, un escritor griego de historias que siempre daba una enseñanza muy útil en cada una de ellas. Leyendo un día encontré esta versión “añadida” de la historia de la liebre y la tortuga:
“Una tortuga y una liebre siempre discutían sobre quién era más rápida. Para dirimir el argumento, decidieron correr una carrera. Eligieron una ruta y comenzaron la competencia. La liebre arrancó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún tiempo. Luego, al ver que llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para descansar un rato, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se durmió. La tortuga, que andaba con paso lento, la alcanzó, la superó y terminó primera, declarándose vencedora indiscutible. «Moraleja: Los lentos y estables ganan la carrera.» …
BONUS: Pero la historia no termina aquí: la liebre, decepcionada tras haber perdido, hizo un examen de conciencia y reconoció sus errores. Descubrió que había perdido la carrera por ser presumida y descuidada. Si no hubiera dado tantas cosas por supuestas, nunca le hubiesen vencido. Entonces, desafió a la tortuga a una nueva competencia. Esta vez, la liebre corrió de principio a fin y su triunfo fue evidente. «Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables.»”
La historia original solamente termina en la primera parte, y aunque en donde leí esta “nueva versión” tenía un par de añadiduras más, me puse a considerar estás dos porciones y pude ver unas conclusiones dignas para reflexionar.
La vida cristiana es obviamente una carrera, todos los discípulos debemos participar en ella, pues es nuestro llamado. Durante esta carrera algunos podemos parecernos un poco a la liebre y otros a la tortuga en ambas historias.
Algunos corremos tan bien al inicio como la liebre, y de repente nos distraemos en el mundo, nos alejamos del camino y terminamos con nuestras vidas en aparente derrota espiritual, y lo único que nos queda al final es la salvación. Otros corremos como la tortuga, tan lentamente que parecería que no avanzamos mucho cada año. Nuestro crecimiento es tan lento que parece imperceptible.
La Biblia nos habla que en nuestra vida de “atleta” podemos estar corriendo con el “peso” de nuestro carácter que afecta nuestro crecimiento hacia la madurez, y tenemos en nuestras vidas pecados que constantemente están interrumpiendo nuestras vidas. El autor de Hebreos nos motiva a desecharnos de estas “cargas” para correr con libertad (Hebreos 12:1).
También la Biblia nos exhorta a correr con tenacidad, dispuestos a dar todo de sí como que realmente deseamos ganar la carrera, y para ello debemos disciplinar nuestras vidas con la piedad. Nuestra meta es llegar al final para recibir nuestras “coronas” compitiendo debidamente (1 Corintios 9:24-27).
Podemos ser como la tortuga corriendo lentamente o como la liebre que se detiene y pierde. Pero mejor corramos con la constancia de la tortuga y la tenacidad y velocidad de la liebre.
Pablo le dijo a Timoteo que, si deseaba ser coronado, debía correr “legítimamente” (2 Timoteo 2:5).
1 Corintios 9:26-27
“ASÍ QUE, YO DE ESTA MANERA CORRO, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.”