Efesios 5:18
“No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu.”
Mientras estaba sumergido en el mar jugaba con la arena entre mis manos. Me llamaba mucho la atención la diferencia que había sobre la arena y la cantidad de agua que estaba entre ella. Si mis manos estaban sumergidas en el agua o apenas sobresalían de ella la arena fácilmente se dejaba manejar por la fricción que ejercían mis manos y el agua le daban la capacidad de adaptarse a los movimientos que yo deseaba darle; pero inmediatamente que retiraba las manos del agua y mantenía la misma arena entre mis manos el agua se iba y la arena perdía esa docilidad para ser moldeada, inmediatamente quería otorgarle algún nuevo movimiento y entre ella se producía separación brusca de sus partículas y ocurría un resquebrajamiento de su masa. Volvía a poner mis manos en el agua y la arena parecía que cobraba vida, docilidad, unidad y suavidad.
Durante este pequeño y sencillo experimento me puse a reflexionar cuan vital es la presencia del Espíritu Sano en la vida del creyente, comparaba su presencia con el agua y a la vida del creyente como arena en las manos de Dios. Con facilidad notaba la diferencia que había en la vida del creyente que era como la arena que manifestaba grandes contrastes con o sin el agua en ella. Sin el Espíritu Santo la vida del creyente es seca, brusca, sin capacidad de ser moldeada a la voluntad de Dios, pierde su suave textura y fácilmente manifiesta su quebrantamiento de sus partes a causa del pecado. Pero inmediatamente la arena volvía a tomar contacto con el agua se transformaba en la arena llena de vida, es suave, deja que el Espíritu Santo tome control para que obre de acuerdo a la voluntad de Dios, y ya no se observaban fácilmente las imperfecciones del pecado, al contrario, era una masa que sutilmente y con alegría tomaba una nueva manifestación, la del carácter de Cristo con facilidad.
Pablo nos exhorta a estar llenos del Espíritu Santo para que nuestra vida tome un nuevo matiz. El pecado destruyó el carácter que Dios forjó en nosotros cuando nos creó a Su imagen y semejanza (Génesis 1:26); y es la presencia del Espíritu la que le vuelve a dar esa característica santa del Creador y que se adapta a Su voluntad.
Con la obra del Espíritu Santo en nosotros podemos entender la Biblia y lo que ella nos dice (Juan 14:26), podemos cantar y alabar a Dios (Efesios 5:19), nuestras manifestaciones son más piadosas que carnales (Gálatas 5:16-23), los dones con los que Dios nos ha dotado son claramente visibles y útiles (1 Corintios 12), Nos sometemos fácilmente a Dios y a los demás (Efesios 5:21), y somos agradecidos (Efesios 5:20). Dependemos completamente de Su presencia para ser controlados efectivamente, y así glorificar a Dios.
El Espíritu Santo ingresa en el creyente en el momento en el que por fe recibe a Cristo como Salvador (Efesios 1:13-14); desde ese instante nos volvemos Templo del Espíritu Santo (1 Corintios 3:16); el Espíritu Santo no abandona desde ese momento al creyente hasta el día de ser redimidos, pero si podemos hacer que Su presencia no obre con poder por nosotros, y este si es un acto voluntario nuestro, a tal punto que podemos mermar su obra casi por completo (1 Tesalonicenses 5:19).
Para mantener viva la obra del Espíritu Santo debemos mantenernos cerca del Señor. Así como la arena en el agua, nuestro contacto continuo con Dios nos da esa versatilidad para ser moldeados y usados por el Espíritu Santo, pero inmediatamente que nos alejamos de Dios a causa del pecado, comenzamos a perder la poderosa influencia de la Tercera Persona de la Trinidad.
Busquemos constantemente estar llenos del Espíritu Santo y nuestras vidas siempre serán transformadas y útiles en las manos del Creador, alejémonos de esa comunión y veremos como la vida comienza a “desquebrajarse” por obra del pecado.
«Señor, ayúdame a mantenerme tan cerca de Ti para que Tu Espíritu controle constantemente mi vida»
1 Corintios 3:16
¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?”