Josué 23:11-13
“GUARDAD, pues, CON DILIGENCIA VUESTRAS ALMAS, PARA QUE AMÉIS A JEHOVÁ vuestro Dios. Porque si os apartareis, y os uniereis a lo que resta de estas naciones que han quedado con vosotros, y si concertareis con ellas matrimonios, mezclándoos con ellas, y ellas con vosotros, sabed que Jehová vuestro Dios no arrojará más a estas naciones delante de vosotros, sino que os serán por lazo, por tropiezo, por azote para vuestros costados y por espinas para vuestros ojos, hasta que perezcáis de esta buena tierra que Jehová vuestro Dios os ha dado.”
Al fin la Tierra Prometida estaba ahí para ellos. Después de años de espera la promesa se estaba cumpliendo. Bajo el mando de Josué cruzaron el Jordán y tomaron paso a paso las áreas que habían sido prometidas. En medio de la alegría, Josué se pone al frente para dar un discurso de despedida que ayudaría al pueblo a recordar quienes eran, quien es Dios, y como deberían vivir en función de esa relación.
Les pide que recuerden todo lo que Dios había hecho en su favor (v. 3-5), les exhorta a seguir a Dios (v. 6-8), y les pide que vivan una vida santa de acuerdo a la voluntad de Dios (v. 6). Para ello les explica que Dios espera que cada uno de ellos viva con diligencia velando por su santidad (v. 11). Habían sido separados para un propósito santo de Dios, y que no deberían olvidar que ese propósito demandaba separación de su mundo alrededor. Tenían que vivir separados de costumbres, idolatrías, e incluso relaciones matrimoniales que les llevarían a alejarse de Dios. Les pide que con diligencia velen por sus almas para que amen solamente al Señor.
Este llamado de santidad o separación del mundo sigue vigente para el creyente de hoy. La palabra santo significa llamados afuera. Hemos sido salvados por gracia por medio de la fe en Jesucristo (Efesios 2:8), y aunque la salvación no se pierde, la santidad si es demandada en función de nuestra relación diaria con nuestro Señor. Además, la separación de nuestra vida pasada y de la corriente del mundo nos ayudará a madurar espiritualmente, a ser luz y sal, y a glorificar Su Nombre.
Lamentablemente muchos de los creyentes tienen grandes problemas en dejar atrás la vida pasada. Las relaciones con no creyentes los detienen en su crecimiento espiritual, y por falta de esa madurez no llegan a ser la luz para aquellos que viven en la oscuridad. Por último, a causa de un testimonio no apropiado, el nombre de Dios es blasfemado (Romanos 2:24).
Al igual que el pueblo de Israel, tenemos un llamado a guardar nuestras almas con diligencia. Debemos mirar sinceramente ante la presencia del Único que puede evaluar nuestra alma y determinar si realmente nos hemos alejado del mundo o seguimos amándolo. Santiago nos recuerda que una amistad con el mundo es enemistad contra Dios (Santiago 4:4).
Busquemos diligentemente crecer en santidad, avancemos a nuestra santificación y madurez, llevemos el Nombre de nuestro Salvador en alto y seamos luz a un mundo que necesita ver en nosotros el reflejo de la verdad del evangelio de Cristo.
«Señor, nuestro deber es ser santos como Tú lo eres, ayúdame a crecer en santidad»
1 Pedro 1:15-16
“Sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.”