2 Timoteo 2:19-22
“Pero el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo. Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra. Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor.”
Un día Jesucristo, en una de sus habituales caminatas, iba enseñando acerca del perdón, el juicio a otros, el trato a los enemigos, el amor al prójimo, los frutos que se deben manifestar en los creyentes, y otras cosas más (Lucas 6:17-45). De repente se detiene en un tema muy específico: La obediencia. Iba a enseñar sobre los dos cimientos y cómo la obediencia ayudaría a edificar una vida bendecida o no, según lo que cada uno decida con referencia al sometimiento a Dios (Lucas 6:46-49). Pero para introducir su charla les hace una pregunta que cuestionaba la obediencia del hombre: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lucas 6:46).
El llamar Señor a Jesucristo implica literalmente reconocerlo como Amo o Dueño de mi vida. Esa palabra la usaban los siervos esclavos para referirse a las personas quienes tenían absoluta autoridad sobre ellos, a su señor. En el caso del creyente, todos los que hemos recibido a Jesucristo como Salvador también lo hemos recibido como Señor; hemos entregado en Sus manos nuestras vidas y hemos aceptado la condición de siervos. Y aunque no lo hayamos entendido plenamente al momento de nuestra salvación, es una condición implícita que todo creyente adquiere el día que recibe a Cristo.
A los corintios Pablo les recuerda que hemos sido comprados por medio de la Sangre de Cristo y que al ser rescatados del pecado hemos llegados a ser siervos de la justicia (1 Corintios 6:19, 20; Romanos 6:18).
Cada creyente le pertenece a Cristo, por lo tanto, debería obedecer a Cristo. Por eso la exhortación de Pablo es clara: ‘Si dices que ya eres salvo, entonces le perteneces a Cristo, entonces vive una vida santa y apartada para Él’. Parte de nuestro crecimiento espiritual es crecer constante en nuestra obediencia, es decir en nuestra santificación continua (Romanos 6:22).
“Apartarse de iniquidad” implica que huyamos de nuestras pasiones pecaminosas, y comencemos a seguir todo lo justo en fe, amor y paz. Es tiempo de comenzar a dejar todo lo malo de nosotros y comencemos a limpiar nuestros corazones de malas acciones, si es que deseamos decir a Jesús con toda tranquilidad: “SEÑOR” (2 Timoteo 2:22).
«Es tiempo de limpiar la casa de nuestro corazón para compartir debidamente con nuestro Señor»
Romanos 6:11
“Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.”