Mateo 27:27-31, 35-44
“Entonces los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio, y reunieron alrededor de él a toda la compañía; y desnudándole, le echaron encima un manto de escarlata, y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas, y una caña en su mano derecha; e hincando la rodilla delante de él, LE ESCARNECÍAN, DICIENDO: ¡SALVE, REY DE LOS JUDÍOS! Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza. Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, Y LE LLEVARON PARA CRUCIFICARLE… CUANDO LE HUBIERON CRUCIFICADO, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes, para que se cumpliese lo dicho por el profeta: Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. Y sentados le guardaban allí. Y PUSIERON SOBRE SU CABEZA SU CAUSA ESCRITA: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda. Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. De esta manera también los principales sacerdotes, ESCARNECIÉNDOLE con los escribas y los fariseos y los ancianos, DECÍAN: A OTROS SALVÓ, A SÍ MISMO NO SE PUEDE SALVAR; SI ES REY DE ISRAEL, DESCIENDA AHORA DE LA CRUZ, Y CREEREMOS EN ÉL. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios. Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él.”
Después que Pilato decidió entregar a Jesucristo en manos de los acusadores, soltando a Barrabás, y antes de llevarlo a la Cruz; el Señor tuvo que enfrentar la afrenta por parte de los soldados. Ellos le llevaron al patio interno, y en frente de toda la compañía le quitaron la ropa ensangrentada de los azotes (Mateo 27:26) y le colocaron una manta escarlata, símbolo de realeza; le pusieron una corona hecha de espinos y le dieron una caña imitando un bastón de mando. Puestos de rodillas lo “vitoreaban” como a rey burlándose de Él.
En la Cruz las cosas no cambiaron; se esperaría que la gente al pasar frente a los que estaban crucificados guardaran respeto, pero no se daría así. Las personas que eran llevadas a la condena en la cruz de madera, eran personas que habían sido juzgadas y castigadas por sus horrendos crímenes. El que lleguen a la cruz y que sean presentadas públicamente era parte del castigo, para que la gente que pase en frente de ellos pueda saber la causa de su condena. Sobre Su Cruz pusieron la sentencia de su muerte, lo acusaron de declararse Rey (“Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS.” Mateo 27:37), y Él si es Rey. Le recriminaron burlescamente de que no podía salvarse, y que, si tanto decía que era Dios, entonces ¿por qué no se salvaba a Sí mismo y a los que estaban con Él? Pero no lo haría, pues tenía que morir, para con su muerte ofrecer salvación.
Si Jesucristo, en medio de tanta burla, hubiera decidido dejar a un lado todo el esfuerzo y lleno de coraje se hubiera descolgado del madero para mostrar que si era el Hijo de Dios entonces no se hubiera cumplido el plan de Dios. Al quedarse en la Cruz mostró su amor, paciencia, humildad, compasión, dominio propio y sometimiento a la voluntad del Padre. Cristo en la Cruz nos mostró, que más allá de todo lo malo que podamos hacer, su inmenso amor por el hombre lo llevó a sufrir en contra de nuestra irreverencia para que podamos tener oportunidad de arrepentirnos, pedir perdón y aceptarlo como nuestro Salvador.
«Señor Jesús, gracias por Tu incomparable amor por mí»
Isaías 53:3, 7
“Despreciado y desechado entre los hombres, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos… Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca.”
Gracias! Señor Jesús tu muerte en la cruz, precio con el pagaste el perdón de mis pecados y de todos los demás .Gracias por tu resurrección con la que me justificaste delante de tu Padre Dios. Bendito seas. Amén!
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