Lucas 1:5-7
“Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada.”
El Estigma es una marca o una señal física en el cuerpo de una persona que generalmente la distingue de otras. El Estigma Social es una afrenta o una mala fama que una persona lleva sobre sí que la separa del resto, y estos estigmas pueden ser por raza o nación de la que proviene, por color de piel; también existen estigmas por sexo, clase social u otras razones que motivan negativamente a un grupo de personas a considerar a alguien diferente, y generalmente inferior; en forma general es una cualidad denigrante.
Zacarías y Elisabet eran descendientes de Aarón, levitas de nacimiento, “ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor” (v. 5, 6). Todo marchaba muy bien para esta pareja de levitas que amaban a Dios, y de los cuales el mismo Señor se agradaba, pero como lo dice el mismo texto, ellos “no tenían hijo” (v. 7). ¿Qué estaba mal?
Dentro de la sociedad judía del primer siglo, al igual que desde el principio, ellos consideraban que una mujer que era estéril, como lo era Elisabet (v. 7), era señal que algo estaba mal en ella. Para el judío que una mujer no tenga hijos era considerada maldita y por eso Dios la había aparentemente castigado con la esterilidad.
Ana, la madre del profeta Samuel; el ciego sanado por Jesús; y la manera con la que trató la mujer samaritana al Señor son otras historias de estigma social en la Biblia (1 S 1:1-7; Jn 9:1-3; Jn 4:7-9).
Nosotros podemos llegar a juzgar incorrectamente a una persona solamente por la apariencia, sin conocer nada de esa persona. El racismo, el sexismo, la clase social, una discapacidad física, el nivel de educación, el nivel social y cultural, el color de piel, nacionalidad, etc.; muchas pueden ser las causas por las que juzgamos y degradamos a una persona injustamente. Eso es pecado.
La Biblia nos dice que no debemos hacer parcialidad o discriminación por una apariencia o estigma social, esto es falta de amor, y nos pone ante juicio con Dios, porque levantamos nuestro propio juicio “injusto” por una simple apariencia, siendo culpables de mal juicio (Mt 7:1, 2; Stg 2:1-13).
Cuando nos encontremos ante una persona distinta a nosotros y obramos de manera parcializada por la simple apariencia, entonces estamos permitiendo que el “estigma social” controle nuestro juicio y comportamiento. Debemos arrepentirnos de este pecado, debemos pedirle a Dios que nos ayude a evitar tratos diferentes por apariencia.
Amemos a todos y tratemos con igualdad a toda persona, sin distinción; y si vamos a levantar juicio, que este sea solamente por un pecado bíblico comprobado, y solo hagámoslo en contra del pecado, no del pecador. Dios quiere que vivamos en amor, misericordia, y sin parcialidad.
«Padre, ayúdame amar a todos sin distinción ni parcialidad»
Juan 7:24
“No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio.”