Hace unos años se publicó un anuncio en un diario de Nairobi que decía:
“– Pagaré todas mis deudas –
– Yo, Allan Harangui, me he consagrado al Señor Jesucristo, y debo enderezar todos mis entuertos. Si tengo con usted alguna deuda o le he hecho algún daño personal, o alguna de mis compañías de las cuales he sido director o socio lo ha hecho; tenga la bondad de ponerse en contacto conmigo o con mis representantes, para pagarle. Cualquier cantidad adeudada será cancelada sin discusión. –
– Que Dios y su hijo Jesucristo sean glorificados. –” (Hughs, 2015, pp. 138)
Este anuncio llamó la atención por lo singular de su contenido, no es normal encontrar personas que decidan desprenderse del dinero de esta manera y mucho menos que reconozcan sus pecados o maldades, queriendo restituir los daños que causaron.
Pero este anuncio no ha sido el único de su tipo en la historia cristiana, de hecho, encontramos otro casi igual hecho por un hombre que tuvo el gozo de escuchar las enseñanzas de Jesús y sentirse aceptado y amado por Él; su historia la encontramos en Lucas 19:5-10:
“Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”

Zaqueo pertenecía al grupo de los publicanos, judíos que cobraban los impuestos para el Imperio Romano. Ellos gozaban de la libertad de pagarse a sí mismos de lo que recaudaban y se beneficiaban de que no había leyes en contra del cobro abusivo que hacían. Por obvias razones la sociedad los rechazaba porque les consideraban traidores y materialistas que habían vendido sus principios por dinero.
Pero a pesar de su oficio y avaricia, Zaqueo deseaba conocer y escuchar a Jesús, posiblemente motivado por la curiosidad que sentía producto del testimonio de otros publicanos que en lugar de ser rechazados por Él se sintieron aceptados y amados, como Mateo quien terminó siendo uno de sus doce Apóstoles.
Ese deseo de Zaqueo le significó ser el anfitrión de Jesús por una noche y le permitió escuchar las buenas nuevas de Dios que lo llevaron a dedicar su vida a Cristo.
El compromiso que hizo esa noche de dar a los pobres la mitad de lo que tenía y restituir cuadruplicado lo que hubiese ganado deshonestamente, nos deja ver la certeza de su fe, y no porque la fe de Zaqueo haya sido el resultado de sus buenas obras, sino porque como nos lo enseña Santiago (2:14-17), su fe produjo en él un cambio en su corazón que lo llevó a comprometerse con cosas que de otro modo no habría estado dispuesto a hacer.
Porque cuando alguien ha creído con sinceridad en Jesús, sus obras son evidencia de ello y su vida es transformada radicalmente, todas las cosas viejas pasan y a partir de ese momento todas son hechas nuevas en esa persona. (2 Co. 5:17)
Aunque la narración de estos acontecimientos es muy sencilla, necesitamos considerar que la fe que Zaqueo demostró en ese momento, fue el resultado de haberse derribado un ídolo de su corazón, porque todos los seres humanos amamos y adoramos algo, y todo lo que adoramos que no sea Dios es una expresión de idolatría en nosotros.
Esa victoria de Jesús sobre la idolatría que había en Zaqueo fue el resultado de haberle confrontado en sus creencias y compromisos en torno a la vida, y en su caso al dinero; un proceso que se vive de formas diferentes en cada persona y que normalmente es difícil, pero que es la base para que podamos amar y adorar al Dios verdadero.
Por esto es que cuando amamos a Dios por encima de todo lo demás, vamos a estar en condiciones de administrar nuestro dinero y también cada área de nuestra vida con sabiduría, porque hallaremos en nosotros un profundo deseo personal por agradar a Jesús y vivir como Él vivió.
Referencias
Hughs, R. K. (2015). Disciplinas de un Hombre Piadoso (Nueva Edición). Alianza Editorial.

«Amar a Dios es el primer principio para administrar todo lo que tenemos sabiamente»
Ministerio UMCD