Marcos 11:15-17
“Vinieron, pues, a Jerusalén; y entrando Jesús en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en el templo; y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y no consentía que nadie atravesase el templo llevando utensilio alguno. Y les enseñaba, diciendo: ¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.”
Entre las aplicaciones que la Biblia le da a la palabra santificar, una es la de apartar algo para un propósito sagrado, específico para Dios. Cuando Jesucristo estaba limpiando el templo de la presencia de los cambistas, de los compradores, y los vendedores, lo que estaba haciendo era santificando el lugar para que se enfoquen en lo que realmente representaba el entrar al templo: Era un lugar de adoración y oración (Mr 11:15-17).
Era el lunes después de Su entrada triunfal del día domingo. Jesús había vuelto a Jerusalén para seguir predicando sobre Su reino y para llamar a las personas al arrepentimiento y que creyeran en Él. Muchos de los asistentes lo seguían para ser sanados, mientras que otros lo adoraban y alababan (Mt 21:14-16), pero había algo que indignaba al Señor Jesucristo, la “casa de oración” se había convertido en “cueva de ladrones” (Mr 11:17). Los sacerdotes del templo habían permitido que gente inescrupulosa haya llenado animales el patio de los gentiles, estos animales eran comprados por quienes viajaban de lejos y venían a adorar a Dios. Otros viajeros de lejanas tierras llegaban con moneda extranjera a Jerusalén y necesitaban cambiarla por moneda judía para pagar en el templo por los servicios prestados y para diezmar y ofrendar. El templo que había sido construido para ser lugar de adoración a Dios se había convertido en una plaza de pueblo. Jesucristo tenía que limpiarlo, y santificándolo les recordó el propósito de dicho lugar: Centro de adoración al Único Dios.
En nuestra vida debemos también santificar nuestro tiempo y actividades para el Señor. Sin darnos cuenta hemos permitido que nuestra vida se llene de tanta “mercancía barata” que ha colmado nuestro tiempo de cosas que, sin ser todas malas, nos han alejado de nuestro tiempo de adoración a Dios. Ya no hay tiempo para leer la Biblia, ya no hay tiempo para orar, ya no hay tiempo para adorar a Dios, ya no hay tiempo para ir a la iglesia y servirle, hemos dejado que nuestras vidas se llenen de todo menos de lo que realmente importa, el Señor.
Todos los días debemos dedicar tiempo para Dios, todas las semanas debemos poner como prioridad la asistencia a la iglesia, toda nuestra vida debe ser un servicio de adoración a Dios. Es hora de hacer una limpieza en nuestras vidas para santificarlas para el Señor. Ahora que estamos en Semana Santa con más razón, dediquemos tiempo para agradecer a Dios por el Sacrificio de Su Hijo Amado en la Cruz.
«Señor, que en mi vida siempre Tú seas mi mayor prioridad»
Mateo 22:37, 38
“Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento.”