Mateo 1:1-7, 16-17
“Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró de Tamar a Fares y a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram. Aram engendró a Aminadab, Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón. Salmón engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí. Isaí engendró al rey David, y el rey David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías. Salomón engendró a Roboam, Roboam a Abías, y Abías a Asa. […] y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo. De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce.”

El pecado de Adán y Eva se había consumado, Dios había ya hablado; Adán y Eva escucharon la sentencia con consecuencias inmediatas, mediatas y eternas para el hombre (Gn. 3:16-24; Ro. 3:23). Pero tanto Adán y Eva, y el mismo Satanás, escucharon además el mensaje de la Gracia Divina ofrecida por el Creador. Les iba a ofrecer una nueva oportunidad, Dios enviaría a un descendiente del hombre para que muera por el hombre (Gn. 3:15).
Cuan bendecidos tuvieron que haberse sentido nuestros primeros padres al escuchar la voz del Creador dándoles tan gran noticia llena de esperanza. Adán debió mirar a su mujer y le pudo haber dicho: «Amor, aún hay esperanza para nosotros y nuestra familia, de tu mismo vientre saldrá Aquel que llegará a pisar la cabeza de la serpiente, ¡Qué bendición!»
Los años vinieron, Adán y Eva comenzaron a tener hijos esperando que de uno de ellos saldría Tal promesa. Tuvieron a Caín y Abel, y en la mente de sus padres debe haber estado guardada la promesa de Dios años atrás, pero no; Caín lleno de celos asesina a su hermano y así mata temporalmente la segunda esperanza para el hombre hasta entonces (Gn. 4:1-8). Estos padres siguen teniendo hijos, y nace Set. Eva emocionada dijo que este bebé era el hijo dado por Dios como “sustituto” de Abel (Gn. 4:25), pero no, tampoco sería Set. Lo que no se sabía era de que de la descendencia de Set vendría dicho Ser, dicha “simiente” de la mujer.
Pasarían 1600 años para el nacimiento de los hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet, estos tres muchachos quedarían como la única esperanza para el hombre después del diluvio, y la esperanza continuaría en los hijos de Sem (Lc. 3:36). En un momento aparece este hijo de Sem, hijo de Noé, hijo de Set, Hijo de Enoc; era hijo de Taré, un hombre que escucha el llamado de Dios, y a pesar de que estaba lejos del lugar donde nacería el Salvador; Dios, en el cumplimiento del plan llama Abram para venga a la tierra que Él daría para la descendencia de Abram, éste con fe sigue a Dios (Gn. 12:1-3) y llega a Canaán, la tierra prometida. Dios, una noche lo llama a contemplar la noche y mira en el firmamento en incontable número de estrellas y le dice que así llegará a ser su descendencia (Gn. 15:5). La promesa de Génesis 3 seguía en planes, Dios seguía llevando a cabo su deseo: “Traer al mundo a la Simiente de la mujer”.
Abraham llega a tener un hijo a los 100 años de edad, Isaac. Este niño sería uno de los patriarcas de Israel, pero no, tampoco sería dicho Hijo. Los hijos de Isaac se pelean, y el menor huye del mayor evitando morir a manos del primero, parecería que la historia de Caín y Abel se repetía, pero Jacob, el menor, huye de Esaú, el mayor (Gn. 27:41-46). Pero Jacob no sería esa Simiente, pero la esperanza estaba guardada en él (Lc. 3:34).
Un poco más de mil años pasarían desde la promesa de Dios a Abram, antes de ser llamado Abraham. Ya sus hijos poseían la tierra que había sido prometido. Israel, ya siendo una nación grande ocupa la tierra de Canaán, y de en medio de las ovejas, siendo el último de ocho hermanos, en medio de una crisis espiritual de Israel a causa de la impiedad por parte de su rey, Dios habla con Samuel y le pide que vaya a la ciudad de Belén, para que encuentre a un pequeño joven. David, un pequeño e inocente muchacho desconocía los planes que Dios tendría para él. Era alguien muy especial, pero tampoco, no sería este esa Simiente. Pero de sus hijos vendría esa esperanza. Ya siendo rey, David recibe la promesa de parte de Dios que esta simiente sería su hijo directo, sería ya no solo la esperanza, sino que sería el Rey de Israel (2 S. 7:8-13). Pero la espera tendría que seguir, pero la promesa no se dejaría de cumplir. Lo que Dios ha dicho, eso se cumpliría (Nm. 23:19).
Ya serían cerca de 4000 años desde que Dios habló a Adán y a Eva allá en Edén. Y “cuando vino el cumplimiento del tiempo, DIOS ENVIÓ A SU HIJO, NACIDO DE MUJER Y NACIDO BAJO LA LEY.” (Gá. 4:4). Sería en el tiempo del Señor, aunque para el hombre el tiempo parecería un enemigo invisible del cual no se podría olvidar, Dios no retarda su promesa. Sería en el tiempo de Dios, para cumplir con Sus planes (Comp. 2 P. 3:9). El tiempo llegaba, en los Planes Eternos estaba determinado que todo lo que había pasado tenía que pasar antes de que la Simiente nacería, pero este tenía que ser hijo de Adán (Lc. 3:38), e hijo de Abraham e hijo de David. Su nacimiento estaba por darse. Se cumpliría Su Promesa.
«Las promesas de Dios acerca de la redención, al ser eternas, traspasan el tiempo, y siempre llegan a cumplirse» – Ministerio UMCD –
