“Afinando” nuestro Amor
1 Corintios 13:1
“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe.”
Si alguna vez ha tratado de tocar un címbalo, sabrá que no es un instrumento fácil de maniobrarlo para producir el sonido adecuado. Los címbalos son dos láminas de metal cóncavas que se juntan para producir un sonido fuerte. Generalmente construidos de bronce, en la antigüedad se los utilizaban para llamar la atención y acompañarlos con trompetas en los ritos ceremoniales. El sonido que estos címbalos daban era a manera de ruido monótono, lo que a la larga podían producir malestar si no se los utilizaba apropiadamente y en ritmo.
Una persona que solamente actúa en favor de alguien, pero que actúa sin amor, es como un pedazo de metal que solamente produce ruido. No importa lo que usted haga, si lo que hace no está impulsado y recubierto de amor, entonces lo que hace vienen a ser una tarea simplemente realizada, cubierta con la fría escarcha que un corazón sin amor y motivado por la obligación o el egocentrismo de hacerlo.
El Apóstol Juan escribe en su Primera Carta que debemos amarnos “unos a otros… porque el amor es de Dios”, es decir, generado e impulsado por Dios, porque “Dios es amor” (1 Jn 4:7, 8). Entonces amar es un acto generado por Dios, canalizado a través de nosotros por el Espíritu Santo (Ro 5:5), y entregado a todos aquellos que están a nuestro alrededor cuando lo dejamos fluir.
La capacidad de amar nos ha sido dada, el deseo de amar es lo que se ha limitado por el hombre. Solo para mencionar la frase «amarse “unos a otros”» se encuentra unas 18 veces en el NT para exhortarnos a amar (Jn 13:34). Es el pecado lo que limita el desarrollo de este amor. Si nuestra vida estuviera controlada por el amor entregado (amor ágape) todo lo que hiciéramos fuera libre y generosamente dado.
Juan, continuando, nos dice que ya hemos aprendido a reconocer lo que es el amor ya que “Dios nos ha amado así” (1 Jn 4:11), y ese amor se mostró cuando “Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 Jn 4:9). Es decir, en forma desinteresada, con libertad, y con sinceridad, Dios nos ha mostrado el amor dándonos a Su Hijo.Al conocer el verdadero significado y el valor del amor de Dios hacia nosotros estamos motivados “amarnos unos a otros” (1 Jn 4:11). Al amar permitimos que fluya a través de nosotros el amor de Dios hacia los demás y nuestra relación con Él se hace más fuerte, y entre más amamos, más desarrollamos esta capacidad de amar hasta el punto que “su amor” se llega a perfeccionar “en nosotros” (1 Jn 4:12).
Así como el uso de un instrumento musical debe ser practicado más y más para que suene como debe ser, el amor puede ser ‘afinado’ o perfeccionado en nosotros a medida que amamos más y más a los demás. Un amor perfecto es uno cómo el de Dios.
«Padre, gracias por amarme, que Tu amor sea “perfeccionado” en mí»
Juan 15:12
“Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado.”