Lucas 3:12-14
“Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? Él les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado. También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario.”
Según Sayed y Bruce definen a la corrupción como «el mal uso o el abuso del poder público para beneficio personal y privado». Es bien conocido que la corrupción ha alcanzado los niveles más altos en los últimos años, y que muchos de nuestros países se han visto envueltos en esta enfermedad político-socio-económica que está destruyendo nuestras naciones.
Las formas de corrupción pueden variar, pero las más comunes son el uso ilegítimo de información privilegiada y el patrocinio; además de los sobornos, el tráfico de influencias, las extorsiones, los fraudes, la malversación, la prevaricación, el caciquismo, el compadrazgo, la cooptación, el nepotismo, la impunidad, y el despotismo. Todas estas formas de corrupción destruyen el correcto funcionamiento de las normas o políticas de desarrollo institucional y gubernamental, es decir, la manera como debe operar una institución o gobierno y sus funcionarios.
Es sabido también que este comportamiento anormal de los funcionarios ha llevado al público en general a participar de esta corrupción para poder conseguir lo que se desea entregando lo que el funcionario solicita.
Pero la corrupción lamentablemente ha existido por años. Cuando Juan el Bautista estaba ministrando en el tiempo de nuestro Señor Jesucristo, muchos de los colectores de impuestos y soldados venían a escucharlo (Lc 3:12, 14). Mientras Juan llamaba al pueblo a cambiar sus vidas y a mostrar frutos de arrepentimiento (Lc 3:8) estos funcionarios públicos preguntaron: “¿qué haremos?”, a lo que Juan les dice: “No exijáis más de lo que os está ordenado… No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario.”
La honestidad no solamente es necesaria en nuestra sociedad actual, sino que es exigida y esperada por Dios (Pr 20:10; Ez 45:9, 10). Los funcionarios no deberían solamente no exigir indebidamente, sino que también no deberían recibir soborno (1 R 13:8), nuestros líderes deberían ser honestos (1 S 12:1-5), y nosotros tampoco deberíamos participar de esa corrupción otorgando lo que nos exigen, si es que lo que piden no está estipulado en la ley o en las políticas de la empresa.
Para que la honestidad exista debe haber la decisión personal de cada individuo de no contaminarse con la corrupción. Pero la honestidad muchas veces nos llevará a sufrir las consecuencias malignas y negativas de la corrupción. El honesto talvez no consiga lo que es debido por no sobornar; talvez sufra pérdida por no participar de la extorsión; y hasta no llegue a tener mucho a causa de sus actos justos; pero es preferible comer un pedazo de pan con un vaso de agua con las manos limpias y el corazón tranquilo ante Dios que comer manjares con las manos manchadas de corrupción y beber en los vasos negros de la maldad. Vivir piadosamente (honestamente) puede llevarnos a sufrir, pero aún eso lo sabe Dios, y Él tarde o temprano nos recompensará (2 Ti 3:12; Comp. Pr 12:3). Como dijo Pablo, renunciemos “a la impiedad y a los deseos mundanos” (Tit 2:12).
«Padre, sea que sufra o pierda, mejor es honrarte a Ti con mi vida y lo que hago»
Salmos 25:21
“Integridad y rectitud me guarden, Porque en ti he esperado.”