1 Pedro 4:12-16
“Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la revelación de su gloria os gocéis con gran alegría. Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros. Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado. Así que, ninguno de vosotros padezca como homicida, o ladrón, o malhechor, o por entremeterse en lo ajeno; pero si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello.”
Cierto hombre decidió dejar atrás su carrera que había logrado por seguir a Dios y Su voluntad. Por años se había esforzado por conseguir un título universitario, todo lo relacionado a su profesión le encantaba, pero se había dado cuenta que Dios tenía preparado algo para él y que requeriría dejarlo todo atrás por seguirlo. Ese fue el día cuando su familia y amigos dejaron de mirarlo con agrado, y a causa de esta “desatinada decisión”, fue objeto de desprecio y críticas, pero no lo detuvieron.
Una chica había descubierto en la Biblia el inmenso amor de Dios hacia ella que se expresaba en el sacrificio de Cristo en la cruz. Durante años esta señorita había crecido recibiendo las enseñanzas de una religión que no le hablaba de la verdad de Cristo y su amor por ella, el deseo de Dios de darle perdón y vida eterna. Cuando lo descubre, decide seguir a su Salvador, sabiendo que ahora había vida y verdad en este nuevo camino, decide reunirse en una iglesia en donde le enseñaban de Dios, de Cristo, y las verdades de la Biblia. Esta decisión fue sorprendente para quienes la rodeaban, la presionaron para que volviera a la religión de sus ancestros; pero ella sabía que esta decisión de seguir a Jesús no tenía marcha atrás, y confiando en Dios, deja atrás esas presiones y sigue el verdadero camino de Cristo.
Historias como éstas, y otras peores, se repiten a diario alrededor del mundo. Azotes, amenazas, encarcelaciones, torturas, y aún la muerte, esperan para quienes proclaman el evangelio de Cristo y su fe en su Redentor, y con valor deciden seguirlo.
Pedro nos recuerda que no debemos sorprendernos de ello (4:12), por contrario, deberíamos gozarnos (4:13a), sentirnos bienaventurados (4:14), no estar avergonzados, sino más bien dar gloria a Dios (4:16), porque en parte experimentamos en carne propia los “padecimientos (que sufrió) Cristo” (4:13b).
Cristo sufrió por nuestros pecados (1:11). Para rescatarnos pagó con Su “sangre preciosa” derramada como un “cordero” perfecto (1:18, 19). El Señor fue desechado por los hombres, siendo que Él es “la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa… la cabeza del ángulo” (2:4-7). Cuando estuvo ante Sus crueles enemigos e injustos jueces fue abofeteado injustamente, “no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (2:22-24). Siendo Justo, “padeció… por los injustos” (3:18), y con Su vida y muerte nos ha dejado “ejemplo, para que (sigamos) sus pisadas” (2:21).
Con justa razón Pedro nos exhorta armarnos o prepararnos en mente con el “mismo pensamiento” (4:1), pues, si Cristo padeció por nosotros, Sus seguidores debemos disponernos a sufrir gozosos por Su Nombre, y caminar como Él anduvo, “si la voluntad de Dios así lo quiere” (3:17).
«Jesucristo, que honor sufrir por Tu glorioso Nombre»
1 Pedro 4:19
“De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien.”