Proverbios 30:8-9 NTV
“Primero, ayúdame a no mentir jamás. Segundo, ¡no me des pobreza ni riqueza! Dame solo lo suficiente para satisfacer mis necesidades. Pues si me hago rico, podría negarte y decir: «¿Quién es el SEÑOR?». Y si soy demasiado pobre, podría robar y así ofender el santo nombre de Dios.”
¡Impresionante esta oración!, ya nomás con la idea de no mentir tenemos problemas, ¿verdad?
Pues el escritor no se queda ahí, sino que va mucho más hondo y le pide a Dios solo lo necesario para que su vida no experimente los riesgos de la riqueza o de la pobreza. ¿Será que nos animaríamos a orar algo como esto? Pues deberíamos animarnos y aprender a vivir en términos económicos con lo necesario.
Según Tito 2.11-12 esa es la forma en la que somos llamados a vivir, este pasaje resume lo que significa vivir sobriamente. Con esto no quiero decir que no podamos disfrutar de las bendiciones de Dios, sino que nuestro corazón desee agradarlo aun por encima de las riquezas, el confort y las excentricidades.

El problema es que nuestra idea de lo que es necesario también sufre la corrupción que el pecado produce en todas las áreas de la vida. Convirtiendo rápidamente un deseo en una necesidad, que en caso de no tenerla, nos hace sentir como sí no pudiéramos vivir.
“Y es que debemos entender que en nuestro corazón un deseo tiene la capacidad de convertirse en una exigencia y luego llegar al nivel de una necesidad” (Tripp, 2012). De ahí que si hiciéramos un análisis juicioso de todo lo que hoy consideramos como necesario hallaríamos que mucho de ello simplemente es un deseo, que en ningún modo determina nuestra vida o muerte.
La pregunta entonces es: ¿Qué es lo necesario?, o ¿Quién determina lo que es necesario? Pues, el mundo tiene el poder de definirlo por nosotros, pero, Cristo es quien verdaderamente nos ayuda a entender lo que necesitamos, y sí amamos a Cristo, hallaremos en Él su definición de lo necesario, el gozo que buscamos, pero sí eso no es así, pues el mundo será quien lo defina por nosotros.
Ahora, la definición de lo necesario en nuestra vida está determinada por el plan que Dios tiene para nosotros, por ejemplo: sí su plan con nosotros es que seamos testigos suyos delante de los reyes, pues es probable que necesitemos ir a una buena universidad, pero sí su plan es que seamos sus testigos entre lo sencillo del mundo, es probable que no necesitemos tener una gran educación.
Lo importante es que nuestro corazón esté siendo cautivado por Dios y no por las riquezas, ya que sí enfocamos nuestra vida en acumularlas, hallaremos en ello un profundo mal (Ec. 5.13), porque por nuestra naturaleza pecaminosa nos vemos tentados a confiar en nuestros ahorros y nuestras propiedades antes que en Dios, y fácilmente hacemos de ellos un ídolo.
¿Cómo saber sí nuestro objetivo es acumular riquezas antes que conformarnos con lo necesario?
Una pista puede ser que tal vez hallemos más disfrute en acumular y guardar dinero, antes que en gastarlo para nuestro bien, el bien de otro o para la obra de Dios.
Con esto no estoy diciendo que no debemos ahorrar, no; de hecho, hacerlo es algo sabio (Pr. 13.7) y no gastar todo lo que ganamos es bueno (Pr. 21.20). Fue José quien nos lo enseñó cuando nos mostró que esto hace parte del plan de Dios para nuestras vidas (Gn. 37-47). A lo que me refiero es que nuestro corazón no este gobernado por las riquezas, porque sí es así es muy probable que neguemos a Dios y lleguemos al punto de decir: “¿Quién es el Señor?”
Referencias
Tripp, P. D. (2012). Instrumentos en las manos del redentor. Publicaciones Faro de Gracia.

«Señor ¡no me des pobreza ni riqueza!»
Ministerio UMCD