Realmente abajo.
Lucas 1:46-49
“Entonces María dijo:
Engrandece mi alma al Señor;
Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
Porque ha mirado la bajeza de su sierva;
Pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones.
Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso; Santo es su nombre.”
«Oí de un pastor al que nombraron el pastor más humilde de la nación. La congregación le dio una medalla que decía: “Al pastor más humilde de la nación.” Se la quitaron el domingo porque se la puso» (Más de 1001 ilustraciones y citas de Swindoll)
¿Cómo contempla realmente su propia humildad? Cuando pienso en esta pregunta tengo pena en admitirlo que no soy tan humilde como debo ser. En un mundo donde alguien llega a exaltar algún valor de uno, enseguida junto a ese “alago” viene de nuestro interior un aire de orgullo que nos lleva a mirarnos más arriba de lo que deberíamos hacerlo.
La palabra griega “tapeinosis” (ταπείνωσις, G5014) de la cual traducimos la palabra en español “bajeza” denota abajamiento, humillación, estado humilde. Esta palabra no solo habla de la idea de considerarse humilde, sino de humillarse hasta llegar abajo en el buen sentido de ella. Es decir, sinceramente considerarse alguien inferior o inmerecedor.
María, la madre de nuestro Señor Jesucristo, cuando estaba visitando a su parienta Elisabet, expresó la manera como se consideraba ante Dios quien le había otorgado el privilegio de ser considerada la madre del Salvador: “Porque ha mirado LA BAJEZA de su sierva”. Elisabet, llena del Espíritu Santo, por su lado dijo ante tan inesperado encuentro: “¿POR QUÉ SE ME CONCEDE ESTO A MI, que la madre de mi Señor venga a mí?” (Lc 1:41, 43 y 48 – mayúsculas adaptadas).
Podemos decir de este pasaje, que una persona tiene que estar llena del Espíritu Santo para que pueda hacer una correcta evaluación de sí mismo y llegar a darse cuenta que nadie es digno del Señor ni de sus bendiciones.
No somos dignos de Dios por ser pecadores, no somos dignos de Dios por serle infieles, no somos dignos de Dios porque nosotros somos creados y Él el Creador. Pero en su infinito amor, a pesar de nuestra real bajeza, Dios siendo también un Dios humilde, se deleita compartiendo con nosotros. Dios no es influenciado por el mal, y siendo Quien es, nos trata de sus hijos, de sus siervos, de sus amigos. Tal es Su naturaleza que se “despojó” de su posición para salvarnos, “se humilló a sí mismo” (abajarse o llevar a nivel del suelo) para morir por nosotros (Fil 2:6-8).
Cada vez que de alguna manera se considere digno de algo entonces ya se levantó del suelo impulsado por el orgullo, cada vez que mire santamente que nada de lo que recibe merece, entonces está bajo la influencia del Espíritu Santo.
La humildad no es algo que el mundo aprecia, al contrario, la pisotea y mal interpreta. El orgullo se levanta siempre campante para llevarnos al pecado de la soberbia y es impulsada por satanás y el mundo. Que el Señor nos ayude con su Espíritu a ser como Él.
«Dios, ayúdame a verme tal y cual lo debo hacer»
Filipenses 2:5, 8
“Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, […] se humilló a sí mismo…”