¿Cuánto valoramos la reprensión de otros?

No dejemos que nuestra rebeldía tome control de nuestras acciones. Aprendamos a ser humildes y sabios al escuchar la reprensión de otros, nunca desvaloricemos lo que los demás tienen que decirnos, tomemos tiempo para sopesar nuestros pensamientos con la Palabra de Dios, y busquemos consejo en sabias y piadosas personas, y entonces concluyamos si nuestros deseos y acciones son correctos o no, y si no son buenas, entonces corrijamos nuestro caminar en pos de lo bueno, justo y piadoso (Pr. 15:21-22).

¡Cuidado soberbio, viene tu caída!

El sabio llega a conocer la vida desde la perspectiva divina, y solamente a aquellos humildes de corazón les es dada la sabiduría. Pero esa misma persona puede volverse altiva después de adquirir conocimiento, cuando deja que ese conocimiento llene su mente de vanidad y jactancia por haber alcanzado esa sabiduría.

¿Ante quién y/o por qué me alabo?

La vanidad es un enemigo silencioso, que llega a afectar terriblemente la correcta perspectiva de las personas. Este pensamiento, que nace del pecado del orgullo, lleva a las personas afectadas a considerar todo de una manera insustancial, fundando valores en una simple ostentación sin fundamento. Puede cegar el entendimiento y llevarle a vivir un estatus irreal basado en apariencias y obstaculizando la debida apreciación de cada persona o cosa.

El Siervo obediente que se humilló

Cristo Jesús, siendo Dios, no se limitó a su deidad ni se aferró a ella (v. 6), sino que decidió hacerse “siervo”, uno que sometía su voluntad para hacer la voluntad de otro para obedecer (v. 7). Jesús venía a la tierra al hacerse Hombre para someterse a la voluntad del Padre y así llegar a la muerte sacrificial en la “cruz” (v. 8).

¿Estamos realmente firmes?

Como creyentes, debemos ser prudentes y humildes. La prudencia nos ayudará a actuar apropiadamente, mientras que la humildad no recordará de que todos podemos caer. En cambio, la necedad nos hará actuar sin cordura, y el orgullo nos cegará haciéndonos creer que somos invencibles ante las tentaciones.

Envanecimiento, el peligro del conocimiento

El principio del amor nos enseña que cada persona debe actuar en consideración al hermano, no mirando su propio bienestar, sino el de los demás (Ro. 14:15). Además, un conocimiento sincero y puro de Dios debe transformarnos a actuar con humildad, mirando con sencillez la debilidad de los demás y considerándolos como más valioso que uno (Fil. 2:3-5).

¡Cuidado con el orgullo!

Hoy en día, algunos hermanos de algunas iglesias podrían menospreciar a los otros creyentes por tener ciertas características que otros no tienen: Tamaño de congregación, ciertos ministerios u posibilidades de recursos, algunos maestros y predicadores, etc. La vanidad dentro de los creyentes aún se puede ver en nuestros días, y entre mayores esas diferencias, mayores las posibilidades de envanecerse.

Nuestra gloria está en Él

Nuestra posición “en Cristo” debe ayudarnos a valorizarnos tal cual Dios nos valora. Y si bien, nuestra posición no fue lograda por nosotros, si nos pone en un lugar de gran bendición, y en esto podemos gloriarnos santamente, con humildad; y por tanto vivir eternamente agradecidos.