Proverbios 19:11, 12 y 19
“La cordura del hombre detiene su furor, Y su honra es pasar por alto la ofensa.
Como rugido de cachorro de león es la ira del rey, Y su favor como el rocío sobre la hierba. […]
El de grande ira llevará la pena; Y si usa de violencias, añadirá nuevos males.”
Juan se había enamorado perdidamente de María, pero tenía miedo decirle algo. Antonio, un amigo de Juan, le dice sería bueno que escriba notas de amor hacia la amada María. Por meses Juan escribe cartas y poemas a su amada princesa, pero nunca llegó a tomar el valor de decirle personalmente. Un día, durante una fiesta, se atreve abrir su corazón y contarle todo lo que sentía, pero se entera en ese momento de la misma María que Antonio era su enamorado, pero que estaba molesta, porque en esa misma noche Antonio estaba en la misma fiesta con la prima de Juan.
Molesto Juan, espera que llegue el próximo día, se dirige a la casa de Antonio, llama a toda la familia de su amigo, y con toda ira y rencor por la traición, deja salir las peores palabras en contra de Antonio, no solamente afectando a Antonio, sino que causando gran dolor a su familia. Esto causó el fin de esa amistad, pero también dejó profundas huellas en las vidas de todos: Juan, Antonio, y la familia de Antonio.
Nunca hable a través de las heridas, porque puede herir a alguien; hable solo cuando haya sanado, entonces podrá restaurar y sanar a otros.
Nuestra tendencia hablar cuando estamos heridos puede ocasionar más daños que beneficios. Generalmente, cuando hablamos bajo la influencia del dolor o del enojo, nuestras palabras y la manera como nos expresamos puede ocasionar heridas a los que escuchan, y no solamente en las personas que causaron nuestras heridas, sino a terceros también.
Cómo cuando tenemos una herida en la piel, lo único que sale de ella cuando presionamos ahí es sangre y dolor. De la misma manera, cuando vayamos hablar aún con la herida del corazón abierta, lo único que saldrá será mal y sangre, dolor y pestilencia, infección y muerte desde nuestra alma.
La ira del hombre es muy peligrosa (Jue 18:25; Pr 22:24, 25); y cuando no es controlada apropiadamente, manifiesta nuestra necedad (Ec 7:9), pudiendo incrementar el conflicto (Pr 15:1). Más la prudencia es muestra de sabiduría (Pr 17:27) y de control de carácter (Pr 16:32). El actuar bajo la influencia de las heridas nos puede exponer a mayores pérdidas (Pr 25:28).
Antes de hablar, asegúrese usted de estar tranquilo. Mire que no haya deseos de buscar venganza. Si siente iras todavía al hablar, asegúrese que no vaya a ofender, pues una persona herida puede herir a otros. Siempre hable cuando ya en su corazón haya perdonado al ofensor, si no, el rencor obrará por usted.
«Señor, ayúdame a controlar mi temperamento y a perdonar, antes que la ira mis acciones pueda controlar»
Salmos 37:8
“Deja la ira, y desecha el enojo; no te excites en manera alguna a hacer lo malo.”