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Proverbios 3:27-35
“No te niegues a hacer el bien a quien es debido,
Cuando tuvieres poder para hacerlo.
No digas a tu prójimo: Anda, y vuelve,
Y mañana te daré,
Cuando tienes contigo qué darle.
No intentes mal contra tu prójimo
Que habita confiado junto a ti.
No tengas pleito con nadie sin razón,
Si no te han hecho agravio.
No envidies al hombre injusto,
Ni escojas ninguno de sus caminos.
Porque Jehová abomina al perverso;
Mas su comunión íntima es con los justos.
La maldición de Jehová está en la casa del impío,
Pero bendecirá la morada de los justos.
Ciertamente él escarnecerá a los escarnecedores,
Y a los humildes dará gracia.
Los sabios heredarán honra,
Mas los necios llevarán ignominia.”
La relación del hombre con Dios se rompió el día que el hombre pecó (Gn. 3:1-24). Desde el momento que Adán pecó en Edén quedamos alejados de una relación íntima con Dios (Ro. 3:23), pero por medio de Jesucristo podemos alcanzar la reconciliación con Dios por medio de Su obra en la cruz, reconciliación que se logra a través de la fe en Su obra de redención (2 Co. 5:18-21; Comp. Ro. 5:11; 11:15; Col. 1:15-23).
Pero ya una vez reconciliados, y entrando en una relación de ‘Padre e hijo’ con Dios (Jn 1:12), Él sí quiere desarrollar una relación más profunda con sus hijos, pero no todos llegan a experimentar esa relación de “comunión íntima” (v. 32; Sal. 25:14).
En forma general, esa “comunión íntima” se la consigue con la obediencia a Dios. La relación de amor que manifestamos cuando le obedecemos es lo que nos lleva a una comunión más cercana con nuestro Padre amoroso y Su Hijo Jesucristo (Jn. 14:15-23).

En el pasaje de Proverbios 3:27-35 se nos da algunas pautas específicas que cada creyente debe hacer para favorecer esa relación personal e íntima (v. 32b), relación que se fundamenta en la manera como nosotros manifestamos del carácter de Dios en nuestras vidas hacia los demás, y que nos bendecirá en tanto que somos de bendición para otros.
Nos dice que “hacer el bien a quien es debido” en tanto que tengamos la posibilidad (v. 27), es decir, que la persona a quien vamos a ayudar debe recibir el auxilio cuando veamos que realmente lo necesita en la medida que nosotros tengamos en nuestras manos la posibilidad de hacerlo, y que lo hagamos prontamente (v. 28). Que no cometamos agravio ni actuemos mal premeditadamente con las personas con quienes no relacionamos, sobre todo, aquel “que habita confiado” junto a nosotros (v. 29-30). No debemos envidar la «prosperidad» de aquellos que obran injustamente ni menos seguir “sus caminos”, porque ello no agrada a Dios (v. 31-32a).
Junto a esa “comunión íntima” llegaran las bendiciones de Dios, la “gracia” del Señor se manifestará en la vida de “los humildes”, y recibirán “honra” al mostrar sabiduría en su comportamiento. En tanto que “maldición” vendrá sobre el “impío”, y sufrirán escarnio e “ignominia” (v. 33-35).
Una vida de amor y obediencia a Dios siempre nos acercará a esa relación profunda con nuestro Señor, y con ello la manifestación de la bondad de Él (Jn 14:21, 23).

«Dios ama y bendice a todo aquél que actúa en favor de su prójimo tal como Él lo hace con nosotros»
Ministerio UMCD