2 Timoteo 2:1-7
“Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros. Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado. Y también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente. El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero. Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo.”
La Batalla de Maratón fue un enfrentamiento armado que definió el desenlace de la Primera Guerra Médica. Ocurrió en el año 490 a. C. y tuvo lugar en los campos y la playa de la ciudad de Maratón, situada a unos 42 kilómetros de Atenas, en la costa este de Ática. Enfrentó por un lado al rey persa Darío I, que deseaba invadir y conquistar Atenas por su participación en la revuelta jónica, y, por otro lado, a los atenienses y sus aliados (de Platea, entre otros) comandados por el General Milcíades.
Uno de los hechos que resalta en esta batalla es que un soldado ateniense, Filípides, habría corrido los 42 kilómetros de distancia entre Maratón y Atenas para dar aviso a la ciudad que los persas habían sido derrotados en la playa y que se habían vuelto a sus embarcaciones para ir directamente a Atenas, y que la ciudad se tenía que preparar para el ataque. La historia dice que al llegar el fiel soldado murió por fatiga extrema. Pero no todos dan por cierto esta historia, indicando que Filípides si recorrió una gran distancia, pero esta fue hacia Esparta para solicitar ayuda antes de la batalla, la cual fue negada.
Lo cierto fue que después de la batalla en la playa de Maratón el ejército ateniense si regresó a la ciudad justo antes de que los persas iniciaran el desembarque. La ciudad de Atenas se había preparado a tiempo, y esto intimidó a los persas, quienes volvieron derrotados a Asia. Esta batalla dio origen a la épica Maratón que hoy se corre.
Pablo, alentando a su hijo en la fe, le recuerda que la vida del creyente es una vida de batallas espirituales y de una carrera, la de madurar en la fe y serle fiel al Señor considerando Su Gracia. El soldado debe serle fiel a su General y el atleta debe correr apropiadamente para llegar al final de la meta (2 Ti 2:3-5).
Para que Timoteo pueda mantener su enfoque apropiado le dice que debe esforzarse en la “gracia que es en Cristo” (2 Ti 2:1). La gracia a la que se refiere Pablo es en primer lugar la salvación de Timoteo que vino a través de la fe, impartida por la abuela y la madre al joven Timoteo (2 Ti 1:5); en segundo lugar, la gracia impartida del llamado de Dios a servirle (2 Ti 1:8, 9).
Los que hemos sido salvos por la fe en Cristo Jesús, hemos sido salvos por medio de la gracia de Dios (Ef 2:8); y esta salvación nos llama a servirle también como heraldos de esta fe otorgada por gracia. Debemos vivir como soldados de Cristo anunciando el evangelio, luchando contra el enemigo y corriendo con paciencia la carrera que tenemos por delante hasta que lleguemos a nuestro destino final en victoria.
«Señor Jesucristo, Tu eres digno de mi devoción y de mi esfuerzo, solo a Ti doy mi vida»
2 Timoteo 4:7
“He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.”