Lucas 2:4-11
“Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; para ser empadronado con María su mujer, desposada con él, la cual estaba encinta. Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor.”

El momento esperado desde el Edén estaba por llegar, un poco más de 4.000 años de espera habían pasado esperando por tan ansiada promesa. Las huestes celestiales estaban preparando sus voces para cantar aleluyas y dar gloria a Dios por el cumplimiento de tan gran evento (Lc. 2:14).
Nueve meses llevaban José y María cuidando el vientre donde crecía, en la carne, el Hijo de Dios. El Creador del universo estaba por darse a conocer en el cuerpo de Hombre (Jn. 1:1-3, 14), para vivir entre nosotros y morir 33 años más tarde por el hombre. María sabía que este precioso niño sería el mismo Dios, pues así sería su nombre: “Emanuel, Dios con nosotros” (Mt. 1:23).
Sus padres tendrían que viajar a Belén, la promesa de su nacimiento demandaba el cumplimiento de esta profecía (Miq. 2:5). Un largo trayecto tenían que recorrer por los sinuosos caminos hasta Jerusalén, y de ahí a Belén. Mientras caminaban, se preguntarían: “¿A quién se parecerá?” Pues no era como cualquier otro, era Dios en Persona que nacería.
Llegando a Belén se encuentran que ya no había “hoteles” donde hospedarse, no habían hecho reservaciones con anticipación, así que se encuentran con la incógnita de dónde podrán pasar la noche. José veía a su esposa en labores de parto, recordaría que la primera mujer, Eva, por su pecado, tuvo que recibir el castigo de sufrir más durante las labores del parto (Gn. 3:16).
Para María, este dolor sería el primero de varios, pero no quiere decir que el menos importante. El Niño que estaba por nacer era El Salvador, este dolor era diferente, sería único. Este mismo dolor tampoco se compararía con el dolor que 33 años después experimentaría al ver a su hijo colgado en la Cruz sufriendo por el pecado del hombre, y de ella misma (Jn. 19:25). María sabía que necesitaba de un Salvador (Lc. 1:46-50), que su pecado tenía que ser pagado “porque no hay justo, ni aun uno.” (Ro. 3:10-12).
Al fin la humilde pareja encuentra un pequeño establo, acomodan un comedero de animales y lo llenan de paja; esta sería la primera cama del Rey de reyes y Señor de señores (Ap. 19:16). No habría ginecólogo, ni pediatra que asistiera el bebé, mucho menos enfermeras que asistieran el parto; pero la confianza estaba en Dios. De repente los dolores, el bebé estaba por nacer. Cuando se dan cuentan, la Luz del mundo iluminaba sus vidas con el primer llanto, el Niño esperado. La Simiente prometida hacía su primer grito de arribo, daba su anunciación a las huestes celestiales que Él había llegado a traer paz al alma del hombre. Su último grito sería de angustia, colgado en la Cruz clamando: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23:46). El segundo grito no sería de desesperación, el Hijo del Hombre sabría luego muy bien que había culminado la tarea que el Padre había encomendado (Jn. 19:30).
Para la serpiente este primer grito sería uno de los gritos que afligirían su ser, puesto sabía que el MESÍAS prometido venía a pisar su cabeza. Le quedaría poco tiempo.
El Padre desde el cielo da la orden a uno de sus ángeles para que vaya y busque a unos pastores que se encontraban a las afueras de la ciudad en esa noche. Estos pobres pastorcitos asustados por semejante aparición tuvieron que ser calmados con las palabras del ángel: “No temáis”, y les dice: “os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo”. “¡Ya nació!” – continúa – “en la cuidad de David, en Belén, un Salvador, que es CRISTO el Señor… Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre” (Lc. 2:10-12).
En un momento una multitud de ángeles se aparecen frente a los pastores y alabando a Dios exclaman tan maravilloso mensaje: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para los hombres!” (Lc. 2:14).
Los pastores emocionados van a Belén, a ver “esto que ha sucedido”, y “que el Señor” les ha manifestado (Lc. 2:15). Llegan al pesebre, y emocionados cuentan a los gozosos padres lo que los ángeles habían dicho, y que ahora con sus propios ojos estaban viendo. Ahí se encontraba el Niño, la promesa se estaba cumpliendo después de tanta espera, “pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lucas 2:19); ella entendería después estos hechos cuando, frente a la cruenta Cruz, recordaría lo que pasó aquella noche en la ciudad de Belén, cuando nació el Salvador.
La noche del nacimiento en Belén no tiene completo sentido sin la Cruz del Calvario. Su nacimiento tenía una sola meta: La muerte. No hay Belén sin Calvario, no hay pesebre sin cruz, no hay vida sin muerte. La promesa del Edén se cumpliría, pero solamente se completaría cuando la Simiente fuera herida en el calcañar, allá en el Gólgota (Mr. 15:22). Pero claro que resucitaría, esta sería otra de las promesas de Dios.
Recordar el nacimiento de Jesús, no tiene sentido sin recordar esta promesa de su nacimiento: Venir a Belén, morir en Calvario. Ahora que celebramos Navidad, recordemos el verdadero significado de esta fecha.
Si usted no ha recibido el “regalo” de la vida eterna por sus pecados, lo único que necesita es hacer una oración de fe confesando que por sus pecados Jesús vino para morir, y que entienden que lo hizo por usted. Si hace esta oración pidiendo a Dios perdón y vida eterna podrá entender el significado de dar en Navidad: Dios amó al mundo, y por ello ha DADO a su HIJO UNIGÉNITO para que todo aquel que crea en Él no vaya al infierno, sino que reciba la vida eterna (Jn. 3:16); y solamente así cantará con los ángeles de Belén lo que ellos cantaron alabando a Dios.
“¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para los hombres!” (Lc. 2:14).
¡FELIZ NAVIDAD!
«No hay Belén sin Calvario, no hay pesebre sin cruz, no hay vida sin muerte. Cristo vino a nacer para morir por el hombre. Él es el propósito de la Navidad.» – Ministerio UMCD –
