2 Timoteo 4:1-4
“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.”
La radio es uno de los inventos que ha revolucionado las comunicaciones. Su invención se da a finales del siglo XIX. Este ingenioso invento ha otorgado la oportunidad a los oyentes la posibilidad de escuchar una gran cantidad de programas que varían desde de noticias, comentarios, ciencia, educación, y otros programas informativos, hasta toda clase de música y más.
Cada oyente tiene la posibilidad, mediante un simple botón, de acceder a la trasmisión de programas de su gusto y conveniencia. Tenemos a nuestra disposición una variedad de opciones, y podemos escuchar solamente lo que deseamos.
Pero muchos oyentes hacen lo mismo cuando se trata de la Palabra de Dios. Utilizamos nuestros oídos para escuchar lo que nos conviene, lo que va de acuerdo con nuestro corazón.
El corazón del hombre en general se va corrompiendo más y más cada día, el hombre se está convirtiendo en un ser amador de sí mismo y “de los deleites más que de Dios”, haciéndose aborrecedor “lo bueno” (2 Ti 3:1-4).
Aún, dentro de los creyentes, existen muchos que buscan selectivamente los predicadores o las enseñanzas que se acomoden a sus “propias concupiscencias”, apartando el oído “de la verdad” y volviéndose a los mitos, a los engaños, a las “fábulas”. Muchos ya no soportan o sufren “la sana doctrina” (2 Ti 4:3, 4). En el tiempo de Jeremías, Dios condenó al pueblo que quería escuchar solamente a los profetas que hablaban “mentira” (Jer 5:31).
Muchas iglesias están llenas de personas que solamente quieren escuchar lo que les conviene, y buscan a esos predicadores que adulan sus oídos y llenan sus corazones de mensajes que apoyen su vida pecaminosa o que eviten confrontar con la verdad el pecado. Por eso, Pablo urge a Timoteo a que predique la Palabra de Dios, que redarguya, reprenda, y exhorte “con toda paciencia y doctrina”, porque la Escritura es útil para transformar al hombre (2 Ti 3:16 – 4:2).
Debemos hacer un análisis sincero ante Dios y mirar que clase de predicación nos gusta escuchar. No busquemos aquello que llene de “fábulas” nuestros oídos, si no, aquello que nos desafíe al cambio piadoso de nuestras vidas, que edifique nuestro ser con buena enseñanza y no con falsa doctrina. Cada uno tenemos la posibilidad de ‘sintonizar’ lo que deseamos, pero al final, será nuestra responsabilidad ante Dios analizar bien lo que escuchamos o predicamos de Su Palabra. ¿Qué ‘emisora espiritual’ estamos escuchando hoy?
«Señor, alinea mi oído a Tu Santa Palabra, y no me dejes ir en pos de mis concupiscencias»
Santiago 1:21
“Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras almas.”