1 Pedro 3:1-7
“Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza. Vosotros, maridos, igualmente, vivid con ellas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo.”
¿Cómo se encuentra hoy su relación con su pareja? ¿Hay problemas entre los padres con los hijos? ¿Sigue manteniendo rencor y odio ante su prójimo? ¿Trata apropiadamente a sus empleados con justicia? ¿Se ha sometido al liderazgo de su jefe con agrado? Nuestras relaciones influyen directamente en nuestra relación con Dios, incluyendo nuestras oraciones.
La primera relación, por ende, el primer gobierno social establecido por Dios en la humanidad, y que es el pilar fundamental de la misma, es el matrimonio. Cuando el Señor creó a Adán y Eva, les dispuso en la tierra para que de ellos salgan todos los hombres que habitaríamos este planeta. Obviamente esta relación, al ser nuestro pilar, debe ser el ejemplo de vida para todas las demás relaciones. Adán y Eva fueron creados a la imagen y semejanza de Dios, así que cualquier trato, bueno o malo hacia la otra persona, implicaba el trato y el respeto hacia el mismo Creador (Gn 1:26, 27; 2:18-25).
Pero este trato se diferencia, además, por las mismas características especiales que también existen entre ambos. La mujer en carácter es sutil, delicada; el trato hacia ella debe ser tal cual es su ser, un vaso frágil (1 P 3:7). El esposo debe manifestar con su trato hacia ella ese reconocimiento. Al igual, la mujer, debe recordar que, aunque similares ante Dios, el hombre es a quien le fue otorgado el liderazgo, por tanto, merece respeto y sujeción (1 P 3:1-6). Para que no haya “estorbo” en las oraciones los esposos deben amarse, respetarse, y sujetarse en piadoso trato mutuo en el temor de Dios (Ef 5:21).
Otro “estorbo” que afecta nuestras oraciones, y especialmente cuando pedimos perdón a Dios por nuestros pecados, es la manera cómo perdonamos a otros (Mt 6:14, 15). El Padre siempre está dispuesto a perdonar nuestras faltas (Is 1:18; 1 Jn 1:9), pero para ello nos pide que aprendamos a perdonar, y no solo a perdonar, sino a amar, bendecir y hacer bien a quienes nos han hecho daño (Mt 5:44-48).
Por último, nuestras relaciones con quienes nos rodean deben ser apropiadas. Dentro de la familia, entre padres e hijos, y el resto de la familia (Ef 6:1-4; Col 3:20, 21); en nuestro trabajo, entre los jefes y los subalternos (Ef 6:5-9; Col 3:22 – 4:1); en la iglesia, en nuestro vecindario, en nuestro entorno cercano. Nuestro trato con todos debe ser de armonía y paz, obediencia y honra. No podemos dejar que esas relaciones se vean afectadas, pues al faltar en ellas estamos faltando al segundo mandamiento más importante, amar al prójimo como a uno mismo (Mt 22:39).
Nuestras relaciones “horizontales” afectan directamente nuestra relación “vertical” con el Señor, y viceversa; para nuestro bien o para nuestro mal.
«Dios, que mi trato con mi prójimo sea como el Tuyo conmigo»
Proverbios 14:21
“Peca el que menosprecia a su prójimo; Mas el que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado.”