Salmos 130:1-8
“De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; Estén atentos tus oídos A la voz de mi súplica. JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, Para que seas reverenciado. Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; En su palabra he esperado. Mi alma espera a Jehová Más que los centinelas a la mañana, Más que los vigilantes a la mañana. Espere Israel a Jehová, Porque en Jehová hay misericordia, Y abundante redención con él; Y él redimirá a Israel De todos sus pecados.”
¿Podría usted imaginarse hacer un viaje a un destino específico sabiendo de antemano que llegaría a sufrir y luego morir, se embarcaría en ese viaje? ¿Escogería voluntariamente el sufrimiento? No creo que alguien tomaría esa decisión a menos que haya un motivo tan fuerte que requiera hacerlo, y aun así, dudaría mucho en emprenderlo.
En las múltiples profecías sobre Jesucristo encontramos evidentemente Su ministerio de Salvador. La salvación del hombre ha sido el propósito supremo de Dios después de crearnos. Cuando nos hizo, nos formó con el deseo de compartir con Él eternamente; pero con nuestra caída a causa del pecado, tenía que brindarnos un medio de REDENCIÓN para que no tengamos que pagar una condenación eterna.
REDIMIR es liberar o rescatar a una persona de una obligación gravosa por medio de la paga de un precio. Jesucristo venía a redimir al hombre de la condenación del pecado, venía a proveer el medio de redención.
Como había una deuda o paga por el pecado, Dios tenía que liberarnos por medio de un pago justo y santo, para satisfacer Su justicia. En esos múltiples pasajes que hablan del Mesías, vemos el sacrificio de Jesús y el costo doloroso que tenía que sufrir para pagar por el pecado. La Biblia misma nos dice que Cristo había sido “destinado antes de la fundación del mundo” como “un cordero sin mancha y sin contaminación” para “rescatarnos” con Su “sangre preciosa”, el precio del rescate (1 P 1:18-20).
En los pasajes del AT se menciona una y otra vez que el Mesías nacería para sufrir; así que Jesucristo emprendía Su viaje hacia la tierra, se encarnaría por medio de María, nacería en Belén, y crecería para morir por nuestros pecados.
Un ángel se le apareció en sueño a José para expresarle la voluntad de Dios y explicarle el milagroso embarazo de María. El niño había sido “engendrado” por el Espíritu Santo, José tenía que llamarlo “Jesús” (nombre que significa “Dios salva” o “Salvador”), porque Él salvaría “a su pueblo de sus pecados” (Mt 1:18-21). Zacarías, el padre de Juan el Bautista, también anunció acerca del plan de redención por medio de Jesús (Lc 1:67-69).
Mirar hacia el pesebre en Belén es mirar el plan de redención de Dios, encarnado en Jesús, y cumplido posteriormente por Su muerte en la cruz. El Hijo de Dios emprendió Su viaje de dolor, su motivación era más fuerte que el tormento que sufriría, esa motivación era Su inmenso amor por el pecador. Por ello el salmista lleno de confianza alentaba a Israel a esperar en Jehová, porque en Él “hay misericordia” y “abundante redención”, el Mesías venía a redimir a Israel “de todos sus pecados” (Sal 130:7, 8).
Trato de imaginarme lo que pasaba por la mente de José al ver al niño que nacía para redimirnos, al tiempo que trato de escuchar el corazón Padre Celestial enviando a Su Hijo para sacrificarlo. ¡Qué gran amor de Nuestro Padre y de Su Hijo!
«Gracias infinitas Redentor por venir a morir; mismas gracias a ti Padre por enviarlo»
Mateo 1:21
“Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.”