Gálatas 6:1-5
“Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña. Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces tendrá motivo de gloriarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro; porque cada uno llevará su propia carga.”
Las posibilidades son altas cuando se trata de ser tentados. Entendiendo que el ser tentado y el pecar son dos conceptos distintos, un creyente humilde puede mirar su propia vulnerabilidad y actuar empáticamente ante alguien que haya pecado.
La TENTACIÓN en un sentido bíblico es poner a prueba algo. Nuestra obediencia a Dios es probada mediante las tentaciones, y es allí donde la idea de ser tentado es ser probado en nuestro deseo de obedecer a Dios o no.
El PECAR es el acto mismo de desobediencia. Es ceder a la tentación y actuar en contra directa de un mandamiento dado por Dios. Yo puedo ser tentado a tomar un dinero que no es mío sin consentimiento del dueño, pero no he pecado hasta que no lo tome y lo haga mío o lo haya codiciado.
Nuestra vulnerabilidad a ser tentados es universal en vista de nuestra propia naturaleza pecaminosa. Santiago nos recuerda que nuestros apetitos descontrolados y nuestras pasiones malvadas (“concupiscencia”) nos atraen o seducen hacia el pecado (Stg 1:14). Las posibilidades de ser tentado son más altas que nuestras posibilidades a pecar, porque no pecamos ante cada tentación.
Pablo nos recuerda en su carta a los Gálatas que un creyente espiritual puede llegar a pecar menos que una persona que no ha madurado mucho y que anda bajo los deseos de la carne (Gá 5:16 – 6:1), pero si le recuerda que también puede ser tentado. Este recordatorio de Pablo es válido en nuestras vidas para evitar ser jueces despiadados ante los pecados de otros.
Cuando observamos o sorprendemos a alguien en un pecado, muchas veces puede venir a nuestra mente la pregunta de juicio de “¿cómo es posible que tal o cual persona haya hecho eso?”, refiriéndonos a sus pecados. Para evitar ese juicio sin misericordia el apóstol nos exhorta a considerarnos a nosotros mismos, recordando nuestra común condición pecaminosa, y nos llama la atención a cuidarnos para que nosotros tampoco caigamos ante las tentaciones.
Pablo si nos exhorta a que debemos restaurar al hermano con mansedumbre, eso quiere decir ayudarle a recobrar su condición santa con amor y humildad (6:1); nos pide que aprendamos a llevar sus cargas en amor, como aquel que camina junto al cojo para brindarle su hombro de apoyo (6:2); nos pide que no actuemos soberbiamente ante el pecado de nuestro hermano ni nos engañemos creyendo que nosotros no pecaremos (6:3); y que nos hagamos un examen cuidadoso para ver si nosotros no hemos pecado también (6:4), porque todos somos responsables ante Dios de nuestra vida individual (6:5). Jesucristo describió a nuestro juicio despiadado ante el pecado de otro como una hipocresía nuestra (Mt 7:1-5).
El Señor Jesús es un gran ejemplo al comprendernos cuando somos tentados. Mientras estuvo entre nosotros “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”, por eso se “compadece de nuestras debilidades” (He 4:15). Él no podía pecar, pues había sido engendrado santo, pero en Su humanidad puede comprendernos muy bien como la tentación obra en cada uno y se compadece por nuestra debilidad.
«Señor Jesucristo, gracias por tratar con amor nuestras debilidades, queremos ser más como Tú»
Mateo 7:2
“Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido.”