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Proverbios 1:10-19
“Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar,
No consientas.
Si dijeren: Ven con nosotros;
Pongamos asechanzas para derramar sangre,
Acechemos sin motivo al inocente;
Los tragaremos vivos como el Seol,
Y enteros, como los que caen en un abismo;
Hallaremos riquezas de toda clase,
Llenaremos nuestras casas de despojos;
Echa tu suerte entre nosotros;
Tengamos todos una bolsa.
Hijo mío, no andes en camino con ellos.
Aparta tu pie de sus veredas,
Porque sus pies corren hacia el mal,
Y van presurosos a derramar sangre.
Porque en vano se tenderá la red
Ante los ojos de toda ave;
Pero ellos a su propia sangre ponen asechanzas,
Y a sus almas tienden lazo.
Tales son las sendas de todo el que es dado a la codicia,
La cual quita la vida de sus poseedores.”
Roboam, hijo de Salomón, fue el sucesor al trono en Israel. Tomó su cargo a temprana edad, pero aún a pesar de los consejos de su padre (Prov. 1:10-19), él decidió seguir el camino de los perversos. Cuando recién había tomado posesión del trono, el pueblo vino a él para solicitarle que redujeran los impuestos que habían sido puestos por su padre, y en vez de escuchar el consejo de los ancianos, aceptó lo que sus jóvenes consejeros le indicaron, esto provocó el malestar del pueblo, lo que llevó a la separación permanente entre las tribus del norte con las del sur, separando al Israel en dos naciones para siempre (1 R. 12:1-24).
Roboam había escuchado el consejo que decía que no tenía que consentir el consejo de aquellos que quisieran hacer mal, antes, debía apartarse del consejo de ellos, pero decidió seguirles, y trajo gran desgracia por no escuchar el consejo bueno.

Muchos hay que constantemente tratan de conseguir riquezas o bienes por medio de actos indebidos, incorrectos. La codicia es tal que sin medir las consecuencias que esto atrae, o sin importar que esos actos estén perjudicando a alguien, se dejan gobernar por la codicia quien controla sus comportamientos llevándolos al pecado y produciendo daños a otros.
Desde tiempos antiguos vemos que siempre hay “consejeros malignos” que tratan de animarnos a tomar una decisión injusta para que consigamos un beneficio. Este pasaje nos advierte que no debemos escucharlos (v. 15).
El hacedor de maldad va en pos de su pecado, y aunque en su momento crea que puede conseguir lo que busca, no se da cuenta que está poniendo “lazo” para sí mismo (v. 18). Tarde o temprano esa persona va a pagar por la maldad hecha. Miremos solamente cuantas personas terminan en la cárcel a causa de un acto de delincuencia, y algunos han muerto en el intento o después porque alguien en un acto de ira los asesinó.
Aunque tal vez lo que uno quisiera hacer no sea digno de cárcel o muerte, siempre el pecado nos lleva a pagar las consecuencias ante los hombres, sobre todo, ante Dios. Sabio es escuchar el consejo de Dios y de apartarnos de aquellos que promueven el mal. La Biblia llama “bienaventurado” aquel que se aparta de aquellos que hacen pecado (Sal. 1:1), y bien haríamos nosotros de hacer lo mismo.

«La codicia ata nuestra vida al mal, llevándonos a pagar muchas veces las consecuencias de nuestra pecaminosidad»
Ministerio UMCD