Hechos 20:22-25
“Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios. Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro.”
Era el 31 de diciembre de 1776 cuando el ejército americano comandado por George Washington se encontraba en territorio de New Jersey. El plazo del contrato firmado por los soldados para batallar junto al ejército independentista culminaba esa noche. El frío de un crudo invierno había azotado durante todos esos meses, los exhaustos soldados estaban deseosos de regresar a casa junto a sus familias. En ese crucial instante el general se levanta, llama a todos y les dice: “El futuro de esta guerra está en nuestras manos, si hoy nos regresamos a casa todo lo que hemos conseguido hasta ahora será en vano, no podemos renunciar, la victoria está a las puertas, debemos continuar, nuestra nación nos necesita, nuestras familias también. Les pido que se queden unas semanas más, es ahora o nunca”.
Con estas palabras, los soldados firmaron un compromiso para quedarse seis semanas más y luchar. Este evento ayudó significativamente a la independencia de Estados Unidos. Sin la determinación de George Washington y su liderazgo, no se puede uno imaginar que hubiera pasado con la independencia total de los Estados Unidos; pero sin duda, esos soldados también, aunque anónimos, representan gran parte de este gran hecho.
Para muchos de los seguidores de Pablo, lo que el Apóstol estaba por enfrentar parecería catastrófico, la despedida de su líder para ir a Jerusalén parecería inapropiada. El mismo Pablo aseguraba que el Espíritu Santo le daba testimonio de las prisiones y tribulaciones que le estaban esperando en esta travesía (Hch 20:22, 23); pero con firmeza se despide diciendo que lo que tenía que enfrentar era lo que Dios había dispuesto, lo que iba hacer era necesario y que no podía renunciar. Con valor les dice: “de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús…” (Hch 20:24)
Quizás usted se encuentre en un momento crucial de su vida donde las fuerzas parecen que se acaban y el temor a lo que viene lo puede desalentar; talvez usted esté enfrentando persecución o rechazo; o talvez usted está enfrentando una prueba que le está motivando a abandonar su confianza en Dios para que no siga adelante. Puede ser que este momento vaya a marcar la diferencia en su vida y la de muchos, ¿entonces qué haría? ¿Piensa renunciar?
Si Washington hubiera dejado que sus tropas se vayan, Estados Unidos talvez hubiera tenido un revés en su guerra de independencia; si Pablo no hubiera viajado a Jerusalén no hubiera sido encarcelado y talvez no hubiera testificado en las cárceles de Roma ni escrito muchas de sus Cartas; si usted y yo no seguimos confiando en Dios para batallar mucho de lo que el Señor tiene planeado talvez nunca se vaya a dar. Como Pablo, no hagamos caso a lo que nos quiere detener, no estimemos nuestra vida como valiosa para nosotros mismo, sino para el Señor, y continuemos gozosos la carrera que tenemos por delante dando “testimonio del evangelio de la gracia de Dios.”
«Jesucristo, por Tu Nombre quiero seguir»
1 Corintios 16:13
“Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos.”