Romanos 12:9-13
“El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración; compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad.”
Cuando un padre mira a su hijo de dos años salir corriendo hacia la calle, éste va detrás del pequeño para evitar que sufra un accidente. Sin pensarlo dos veces, y a veces, sin mirar si un automóvil se está acercando, el padre, en medio de su preocupación, busca alcanzar al niño para detenerlo y evitar una tragedia. ¿Qué es lo que motiva al padre hacerlo? Obviamente, su amor al hijo.
Un amor sincero obra en pos del bienestar de la persona que ama sin escatimar esfuerzos, pues su máximo deseo es el bien del ser amado. Esa debe ser la actitud del amor cristiano.
Dios, al ver la condición perdida en la que se encontraba el hombre, envía a su Hijo Jesucristo para salvarnos de la inminente condenación (Jn 3:16; Ro 5:8). Además, Dios nos ha dado Su Palabra para expresarnos cuán grande es ese amor; y en medio de Ella nos expresa su preocupación hacia nosotros en cuanto a nuestro mal comportamiento, y con amor, pero con firmeza, nos corrige y nos alienta a cambiar (2 Ti 3:16). Cuando es necesario, si no ha habido un cambio nuestro, entonces nos corrige y nos aleja con disciplina del mal (He 12:5-11). Dios es un amoroso Padre, y Su amor es sincero o “sin fingimiento”.
Ese mismo amor debe reflejarse en nuestras vidas. El amor no fingido, es aquel que, con firmeza y sinceridad, pero también con ternura y compasión, expresa o resalta el mal comportamiento de la persona o las malas decisiones que está tomando, siempre con el fin de ayudarlo a cambiar y que se encamine a lo correcto y provechoso. Nuestra motivación debe ser el bien.
Sea que tengamos que hablar o disciplinar a alguien, manifestemos ese amor sincero; mostremos nuestra real preocupación hacia los demás, y junto a ese amor conduzcamos nuestra reprensión o exhortación. La medida de nuestro amor se manifestará en la medida que buscamos el bien aborreciendo el mal.
También debemos apreciar y valorar ese amor en las personas que se acercan a nosotros para reprendernos y exhortarnos. A veces, somos nosotros quienes somos reprendidos, pero en nuestra pecaminosidad, nos ofendemos ante esa exhortación, y no vemos la motivación que esa persona tiene tras su sincera acción. Es claro que la motivación de esa persona es su amor hacia nosotros, pero en nuestra altivez, nos ofendemos, y no apreciamos lo que ellos hacen. Seamos agradecidos también por aquellos, que, con amor sincero, nos ayudan a cambiar en nuestro mal comportamiento.
«Señor, ayúdanos a valorar y a expresar el amor no fingido»
Proverbios 27:5
“Mejor es reprensión manifiesta que amor oculto.”