Éxodo 3:2-14
“Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza… Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión… Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios. Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel… El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel. Entonces Moisés respondió a Dios: ¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel? Y él respondió: Ve, porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte. Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Y respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.”
Para muchos el llamado al ministerio es una responsabilidad de honor y gozo, al cual desean otorgar su vida en compromiso sin límites. Pero para la mayoría, y especialmente al inicio de este proceso de la obra de Dios, el llamado a servirle es una responsabilidad que atemoriza y paraliza.
Para quien entiende la magnitud del llamado, es realmente paralizante por momentos todo lo que representa. Y aún, después de estar ya en el ministerio, cuando Dios decide otorgar una nueva tarea a Su siervo, esta incertidumbre puede por momentos inquietar a la persona llamada. Todos podemos sufrir de ese temor.
Lo que nos debe animar siempre, y ayudarnos a seguir a Dios con valor, no es lo que nosotros pensemos que tenemos al frente con este llamado, sino lo que Dios ha decidido hacer. Recordemos que el llamado no inicia como un deseo nuestro, al contrario, es obra del Señor en nuestra vida (Fil 2:13). Dios es quien selecciona, capacita, y utiliza a la persona para Su obra (Hch 13:1-3). Es Dios quien selecciona la tarea hacer, prepara todos los recursos necesarios para ello, y es Él en persona quien hace la obra a través de nosotros y en la vida de los demás (Ex 3:7-12). La obra designada está en la voluntad y la capacidad de Dios, y no en nosotros, como lo dijo Pablo, nosotros solamente somos vasos de barro (2 Co 4:7). No olvidemos, que la Obra es de Dios y no nuestra, por eso nos llamamos siervos y no señores (Ro 1:1); lo que hacemos es servir al Dios Todopoderoso en Su obra.
Si Dios le está llamando para realizar alguna tarea, solamente asegúrese que sea Él quien le está invitándolo a participar; y si es así, entonces camine con fe en pos de ese llamado celestial con confianza y valor. ¡Es de Él la obra!
«Gracias Padre por llamarnos, capacitarnos y usarnos en Tu obra»
Deuteronomio 31:23
“Y dio orden a Josué hijo de Nun, y dijo: Esfuérzate y anímate, pues tú introducirás a los hijos de Israel en la tierra que les juré, y yo estaré contigo.”