Marcos 10:42-45
“Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.”
El ser sirviente en la mayoría de los países es estatus de inferioridad. Son los “señores” quienes tienen sirvientes, y a ellos a quienes el siervo debe su respeto y obediencia. En el tiempo de Jesucristo muchas veces el siervo era un esclavo, pero si existían siervos por voluntad propia. Todos los siervos debían tratar con respeto y honra a sus señores.
A causa de este pensamiento negativo para muchos el servir es algo inferior y no digno. Pero para el Señor Jesucristo el servir representó una oportunidad para ministrar al hombre cubriendo sus necesidades.
Jesucristo les dio un ejemplo maravilloso a sus discípulos la noche previa a su muerte. Tomando una toalla y un recipiente con agua decidió lavar los pies sucios de sus discípulos momentos antes de la Cena (Jn 13:1-15). La manifestación más asombrosa de servicio se dio cuando, siendo Dios, no se aferró a su condición divina, sino que en forma humilde nació como hombre, se hizo siervo obediente, y entregó su vida para salvarnos (Fil 2:5-8).
Servir además significa administrar, ayudar, ministrar, expedir. De esta palabra griega (diakonéo) viene nuestra palabra en español diácono. Si miramos las posibles traducciones de “diakonéo” podemos entender que servir es realmente una bendición.
Los ángeles le sirvieron a Jesucristo después de su tiempo en el desierto donde fue tentado (Mt 4:11). La suegra de Pedro sirvió a Jesucristo y los discípulos después que fue sanada de su enfermedad (Mt 8:15). También podemos ministrar a los hermanos en la iglesia cuando ponemos nuestros dones al servicio y edificación del cuerpo de Cristo (Ro 15:25; 1 P 4:10, 11). El ser nombrado diácono en la iglesia es un honor recibido por un gran testimonio y que nos debe motivar a servir más y más (1 Ti 3:10-13). Los que administran con funciones o dones dentro de la iglesia están sirviendo con sabiduría los recursos que existen para aprovechar al máximo lo que Dios provee a ella (2 Co 8:19, 20). Servir es ayudar a alguien en necesidad, así como Cristo nos ayudó al hacerse siervo para ofrecernos salvación (Hch 19:22). Y la ministración a los nuevos creyentes, hablándoles del evangelio y ayudándoles con el discipulado, nos permite recibir una carta de recomendación expedida por el mismo Cristo y escrita por el Espíritu Santo en el corazón del creyente, lo que abala nuestro servicio a Dios y a los demás (2 Co 3:1-3).
Realmente el poder servir es un gran honor, una bendición; es extender una mano de amor para ser de bendición.
«Gracias Jesucristo por dar Tu vida en servicio para salvarnos»
Juan 13:14-15
“Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis.”