Filipenses 3:7-11
“Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos.”
Cada vez se hallan a más personas que se siente solas y sin identidad en una sociedad que solamente exige significancia en lo que hace o lo que tiene. Lo material da valor a las personas, y los logros le dan un lugar o posición. Pero entre más se espera, menos se logra, lo que hace que exista un crecido sentido de alienación.
El apóstol Pablo hubiera podido decir que era todo lo contrario en su vida. Dentro de una sociedad judía, en la cuál el significado de un hombre se hallaba en los requerimientos legalistas que cumplía, Pablo nos dice que él pudiera representar una máxima de significancia: “Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible.” (v. 4-6). Pero cuando Pablo encuentra a Cristo, y su justificación en Él (v. 9), se da cuenta que todo lo anterior era una “pérdida”, era “basura”; él halló su identidad en “Cristo Jesús, [su] Señor” (v. 7, 8).
Jesucristo es para el creyente no solamente su Salvador, también es su Señor. El término “Señor” está identificado con la palabra “Jehová” del A.T. (Joel 2:28-32; Hch 2:17-21; Ro 10:13). Este nombre, y a la vez título de Jesús, identifica posesión, autoridad, dominio, deidad. El creyente que desarrolla una íntima relación con el Señor halla real identidad en quien ahora es su dueño, quien lo rescató por precio de sangre, y en quien halla valor espiritual.
Todos los que hemos reconocido a Cristo como nuestro Salvador, sabemos que ahora somos aceptados por medio de Él, nos convertimos en hijos de Dios, en redimidos, coherederos, santos, sacerdotes, y más. Pero, para que esto se convierta en algo personal, se requiere desarrollar esa íntima relación con Jesús, no porque eso va a modificar nuestra real posición, sino para que se transforme en un sentido propio de pertenencia, algo pragmático y personal, y no en algo teórico.
Cuando Pablo defiende su justificación por la fe, expresa que desea conocer más de su “Señor”; había llegado a desarrollar esa relación tan íntima que le otorgaba valor y seguridad. Jesucristo desea que todos tengamos esa misma relación, y nos invita a desarrollar una diaria relación personal de amor (Ap 3:20). Gocemos más de nuestra posición en Cristo, disfrutándolo en intimidad con nuestro “Señor”.
«Gracias Señor, no solo viniste a salvarme, sino a tener una profunda comunión conmigo»
Apocalipsis 3:20
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.”