Derrotados no, pero en combate (Armadura de Dios I)
Efesios 6:12, 13
“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.”
Desde los primeros pasos de la historia de la humanidad el hombre se ha encontrado en conflictos. Desde el asesinato de Abel por parte de Caín, el hombre ha estado en conflicto entre sí. Cuando se llega a escuchar que la paz ha llegado a una región del planeta, en otro lado se levanta otro conflicto trayendo muerte y destrucción. Terriblemente el mismo hombre se destruye a causa de la ambición de poder y el odio.
Pero antes de esa misma lucha, el hombre se ha visto envuelto en otro conflicto, uno que no envuelve al hombre solamente, sino que va más allá del ser humano, una batalla donde el hombre ha sido el blanco a ser atacado. Satanás, en su odio y perversión a tratado de todas formas de causar daño a lo más preciado de Dios, el mismo hombre. Después de la caída del diablo y de sus ángeles perversos, éste ha tratado de causar dolor a Dios a través del daño que puede causar al hombre. Sus artimañas van desde el engaño, el robo de paz, el dolor, y la muerte misma. Utilizando al pecado ha llevado a cada ser humano a ser tentado para alejarlo de la comunión con Dios.
Esta batalla no es nueva, se ha venido dando desde el principio, y permanecerá hasta que el mismo Satanás sea enviado al infierno al final del Reino Milenial de Jesucristo (Apocalipsis 20:7-10). Mientras tanto estaremos en esta batalla.
Pablo, recordando a los hermanos en Éfeso, les dice que nuestra batalla no es “contra sangre y carne” sino contra las fuerzas de Satanás; pero no les dice que estaban derrotados o sin esperanza, al contrario, les recuerda que nosotros tenemos la capacidad de defendernos y atacar a las asechanzas del maligno utilizando “toda la armadura de Dios” para poder “resistir” y “estar firmes” (Efesios 6:12, 13). La victoria final del creyente se dará cuando estemos ante la presencia del Señor en el cielo, ahí donde el aguijón de la muerte y el poder del pecado no estarán presente para quienes hayamos recibido a Cristo (1 Corintios 15:54-57). Mientras tanto tenemos que batallar dependiendo del poder de Dios (Efesios 6:10, 11).
Recordemos que Dios es mayor que cualquiera, y Él está a nuestro lado para darnos la victoria (1 Juan 4:4). Jesucristo está como “Príncipe del ejército de Jehová” ayudándonos en la batalla (Josué 5:14). El mismo Jesucristo ya derrotó al maligno y sus demonios en la Cruz, los presentó públicamente como vencidos y los condenará al final del milenio (Colosenses 2:14, 15; Apocalipsis 20:10). Tenemos el poder del Espíritu Santo para no amedrentarnos, sino para luchar con poder y dominio propio (2 Timoteo 1:7). Y nos ha provisto de Su armadura para luchar (Efesios 6:10-20). Entonces, ¡Vayamos pues, a combatir!
«Gracias Señor por estar con nosotros en esta batalla, ayúdanos para luchar fieles hasta el fin»
1 Corintios 15:57, 58
“Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes…”
«¡A combatir! resuena la
guerrera voz del buen Jesús,
que hoy llamando está;
Sin desmayar seguidle
siempre con valor,
y la victoria plena os dará.»
(Himno: ¡A Combatir!)