Génesis 37:5-11
“Y soñó José un sueño, y lo contó a sus hermanos; y ellos llegaron a aborrecerle más todavía. Y él les dijo: Oíd ahora este sueño que he soñado: He aquí que atábamos manojos en medio del campo, y he aquí que mi manojo se levantaba y estaba derecho, y que vuestros manojos estaban alrededor y se inclinaban al mío. Le respondieron sus hermanos: ¿Reinarás tú sobre nosotros, o señorearás sobre nosotros? Y le aborrecieron aun más a causa de sus sueños y sus palabras. Soñó aun otro sueño, y lo contó a sus hermanos, diciendo: He aquí que he soñado otro sueño, y he aquí que el sol y la luna y once estrellas se inclinaban a mí. Y lo contó a su padre y a sus hermanos; y su padre le reprendió, y le dijo: ¿Qué sueño es este que soñaste? ¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti? Y sus hermanos le tenían envidia, mas su padre meditaba en esto.”
La historia de José es uno de los relatos más fascinantes de la Biblia, y uno en los que la vida de Cristo es representada con gran similitud. José, hijo de Jacob y Raquel, era amado más que ningún otro hijo por parte de su padre, y esto generaba rechazo por parte de sus otros hermanos. Cuando él declara a sus hermanos sobre el sueño que tuvo respecto a los manojos que se postraban ante el suyo, sus hermanos comprendieron inmediatamente que representaba que ellos se postrarían ante la autoridad de José, lo que hizo que se enfaden mucho más. Cuando el sueño se dio referente al sol, la luna y las estrellas, ya no solo eran sus hermanos quienes lo reconocerían, sino toda la familia. Eso levantó mayor malestar.
A causa de el rechazo que tuvo Josué, sus hermanos decidieron deshacerse de él. Inicialmente pensaron matarlo, pero por intervención de Rubén fue librado de la muerte (Gn 37:20, 21). Cuando hallaron oportunidad, bajo idea de Judá, lo vendieron a los ismaelitas (Gn 37:26-28). Posteriormente se darían cuenta que este hecho no lo eliminaría a José de sus vidas, al contrario, esto traería la oportunidad dada por Dios a José para que llegase a ser poderoso en la tierra, y el medio de salvación a causa de la hambruna que llegó (Gn 50:15-21).
Jesucristo, el Hijo de Dios, el Creador del universo y de todo lo que hay en él, Rey Soberano de Israel, venía a la tierra para morir por el pecado del hombre, pero venía como Hombre y nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos esclavos de la ley y del pecado; pero en nuestro necio corazón, lo rechazamos, y por tanto lo condenamos a la muerte en la Cruz (Is 53:2-12). Con Su muerte, al igual que el rechazo en José, trajo bendición eterna e inimaginable al hombre. Nos brindó la oportunidad de salvación.
A los que creemos en Cristo, a los que después de rechazarlo, llegamos a depositar nuestra fe en Él, Dios en Su misericordia y gracia nos salva y nos da el derecho de ser Sus hijos por medio de nuestro nacimiento espiritual (Jn 1:11-13; 3:3-6). Si Cristo no hubiera nacido, no hubiera sido rechazado, no hubiera sido crucificado, no hubiera resucitado, no hubiera para el hombre salvación. Celebrar Su nacimiento, es celebrar y no rechazar, Su deidad y propósito con Su venida.
«Jesús, gracias por venir a morir por nosotros, aunque inicialmente te rechazamos y crucificamos, ahora te alabamos»
Juan 1:11, 12
“A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios.”