
Salmos 63:1-8
“Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas, Para ver tu poder y tu gloria, Así como te he mirado en el santuario. Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán. Así te bendeciré en mi vida; En tu nombre alzaré mis manos. Como de meollo y de grosura será saciada mi alma, Y con labios de júbilo te alabará mi boca, Cuando me acuerde de ti en mi lecho, Cuando medite en ti en las vigilias de la noche. Porque has sido mi socorro, Y así en la sombra de tus alas me regocijaré. Está mi alma apegada a ti; Tu diestra me ha sostenido.”
David, traicionado por su hijo Absalón, huye de Jerusalén con muchos de los miembros de su corte. Con ellos viajaban el sacerdote Sadoc y los levitas que transportaban el arca del pacto. Pero David pide a Sadoc que devuelva el arca a Jerusalén para evitar más conflictos (2 S 15:24-27).
Para David estaban quedando atrás los días cuando se levantaba temprano a la tienda de reunión para adorar al Señor. El rey había ya traído el arca del pacto desde la casa de Obed-emon a Jerusalén y la había colocado bajo una tienda temporal, antes de la edificación del templo (2 S 6:12-19). Ahora, estaba huyendo de su hijo, y mientras viajaba por el desierto de Judá para refugiarse, levanta este canto de adoración y nostalgia, sabiendo que se estaba alejando del lugar donde se reunía con su Señor, lugar donde se deleitaba ante Su presencia en adoración.
De madrugada se levantaba para buscarlo clamando: “Dios, Dios mío eres tú”, pero su alma quedaría sedienta “en tierra seca”, porque ahí no había “aguas” que refresquen su alma (v. 1). El deseo era volver a ver la gloria de Dios, tal cual la contemplaba en la tienda edificada (v. 2). David sabía que no había nada mejor que la misericordia de Dios, pues la vida misma no es nada sin ella (v. 3a). Pero en esa angustiosa búsqueda había la confianza de volver alabar a Dios, de poder levantar sus manos en adoración, y bendecirlo con su vida (v. 3b, 4). El rey-pastor solo encontraba satisfacción en la presencia de Dios, en la alabanza con regocijo, y en la meditación nocturna de Dios y de Su Palabra (v. 5, 6). David miraba al pasado, a los tiempos cuando Dios lo había protegido, y en esa confianza su alma se regocijaba, pues en el Señor hallaría el socorro que ahora necesitaba (v. 7). Tal era su relación con Dios, que su alma estaba ligada profundamente a Él (v. 8).
Cuánta devoción y cuánto anhelo vemos. Para él, no le angustiaba tanto dejar atrás su trono o su ciudad; para David, lo que más extrañaría sería estar ante el Señor para adorarlo.
Hasta los días de Jesús, el único lugar a donde los hombres podían acercarse a adorar a Dios era el templo. Pero desde Su muerte en la cruz, y con la ruptura del velo del templo que separaba el Lugar Santísimo (Mt 27:51), el Señor nos ha abierto un “camino nuevo y vivo” para acercarnos en confianza para adorarle por medio de su “sangre”. Ya el hombre no requiere presentarse a la ciudad santa, ahora en donde se encuentre puede adorar al Señor con “plena certidumbre de fe” (He 10:19-22).

Aun a pesar de tan grandiosa oportunidad, muchos de nosotros caminamos en el desierto de la vida sin anhelar ni buscar a Dios. Preferimos la sequedad de nuestra alma, que el canto gozoso de alabanza. Nos distraemos en nuestra vida y no meditamos en las obras de Dios. Nos da pereza levantarnos en la mañana, y en la noche estamos tan cansados que no queremos orar ni leer Su Palabra.
Aprendamos de David, y seamos devotos seguidores y profundos adoradores del Señor.
«Señor, Tú eres lo único que debe anhelar mi vida, y el Único que puede saciar mi alma»
Salmos 42:2
“Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?”
Amén preciosa palabra que Nos enseña David
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Gracias, en la Palabra de Dios encuentro paz. Bendiciones 🙏
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Gloria al Señor, por esa paz del alma…
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