¿Cuándo fue la última vez que nos sentamos a la mesa y le dimos gracias al Señor por los alimentos que nos servimos en ese instante? Tal vez muchos podrán decir: «Lo hice recientemente, junto con los alimentos que me acabo de servir»; y eso es muy bueno. Ahora, ¿cuándo fue la última vez que le dio gracias al Señor por todos los alimentos que ha recibido durante este último año, o tal vez durante esta última década, o que tal toda su vida?
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Reencontrémonos con nuestra identidad
Hoy en día, no estamos obligados a ser circuncidados, pues nuestra identidad ya no está bajo la ley de Moisés, sino bajo la Ley de Cristo (1 Co. 7:18-19; Ro. 4:9-12; Gá. 2:3-10; 5:2-12; Fil. 3:2-3). Pero siempre es bueno mirar hacia nuestra identidad en Cristo, y recordar que ahora no debemos circuncidar nuestros cuerpos, pero si nuestros corazones por medio de la fe (Dt. 10:16; Jer. 4:4; Ro. 2:29; Col. 2:13), y con ello honrar a Quien nos libró del “oprobio de Egipto”, es decir, del pecado y de la condenación.
Hasta el más osado enmudece
Nuestra obediencia permite que Dios se manifieste a través de nosotros y por nosotros. Dios se especializa por glorificarse en Su obrar cuando nosotros le seguimos con fe. Para nosotros este ejemplo bíblico de Josué nos alienta a considerar seriamente el valor que tiene nuestra obediencia en fe.
Levanta un “hito” espiritual
En nuestra vida espiritual todos vamos a encontrarnos con momentos significativos en nuestro caminar con Dios: El día que aceptamos a Cristo como nuestro Salvador, el día de nuestra consagración, algún milagro hecho en nuestro favor o de alguien más, alguna batalla espiritual ganada, alguna promesa de Dios cumplida en nuestras vidas, etc.
Dios, satisfacción del alma – “TAÑENDO CUERDAS” AL SEÑOR (XXII)
Hasta los días de Jesús, el único lugar a donde los hombres podían acercarse a adorar a Dios era el templo. Pero desde Su muerte en la cruz, y con la ruptura del velo del templo que separaba el Lugar Santísimo (Mt 27:51), el Señor nos ha abierto un “camino nuevo y vivo” para acercarnos en confianza para adorarle por medio de su “sangre”. Ya el hombre no requiere presentarse a la ciudad santa, ahora en donde se encuentre puede adorar al Señor con “plena certidumbre de fe” (He 10:19-22).