1 Tesalonicenses 4:13-17
“Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.”
Un joven un día llegó bajo una profunda tristeza que atormentaba su vida. Él había estado viviendo con su bisabuelo por varios años en una granja criando animales. Su bisabuelo le había pedido que esa noche hablaran antes de ir a dormir, pues tenía algo que contarle. El muchacho, quien ya había estado viviendo una vida desordenada, no hiso caso al pedido de su familiar y se fue a beber alcohol esa noche.
Al otro día, cuando llegó a la cama del bisabuelo para buscarlo e ir a trabajar juntos, se encuentra con el cuerpo frío de su amado ‘bisa’. Ya no pudo conversar ni escuchar lo que tenía que decirle, ya no estaba ahí para compartir el trabajo, había fallecido. Este lamentable incidente lo llevaría como causa de su tormenta por muchos años.
Todos esos años se había estado recriminando tanto por no haber dado tiempo para su bisabuelo. Se había estado preguntando todos estos años qué es lo que su familiar había querido hablar con él esa noche. No sabía si su bisabuelo presentía la muerte y quería despedirse. Y sobre todo, el remordimiento de que todo eso pasó porque había ido a beber licor, angustiaba cada día de su vida.
Pero un día llegó luz a su oscurecido corazón que no hallaba consuelo ante su culpa. Conversando de su vida, comentaba que desde joven había asistido a la iglesia, por años él había acompañado a su bisabuelo cada domingo al servicio que la iglesia tenía en su pequeña comunidad. En ese momento, revisando unos versículos de la Biblia, pudo darse cuenta de que si había esperanza, que todavía tenía una oportunidad para hablar con su bisabuelo, que podría disculparse por esa noche que lo había dejado en la casa y que no pudo conversar. Podría preguntarle inclusive, qué era lo que había deseado hablar.
Como creyentes en Jesucristo, tanto el joven como el bisabuelo tienen una cita marcada en el cielo. El joven sabía que su bisabuelito había recibido a Cristo como su Salvador, y que él también lo había hecho años atrás. En ese instante, leyendo algunos pasajes en la Biblia, comprendió que había esperanza de vida eterna para todo aquel que cree que Jesús murió por sus pecados, la Biblia asegura que todos ellos tienen vida eterna (Jn 3:16).
Pablo, alentando a los hermanos de la Iglesia en Tesalónica, los anima a no entristecerse por aquellos que habían muerto con su fe puesta en el Salvador. Les exhorta a regocijarse en la esperanza, que tanto los que han muerto, como los que estén todavía vivos para la Segunda Venida de Cristo, todos seremos transformados y reunidos por siempre, compartiendo la eternidad junto al Señor.
Con esa esperanza por delante, el joven comprendió que tendría todo un tiempo para hablar con su bisabuelo. Ese día podrá disculparse por haberlo dejado, y lo mejor de todo, es que podrá preguntarle sobre lo que esa triste noche no pudo escuchar.
Todos los creyentes en Cristo tenemos esa esperanza eterna, de compartir en el cielo con nuestros seres amados, con aquellos que “durmieron en él” (v. 14).
Usted y los suyos ¿ya tienen esa esperanza eterna?
«Señor Jesús, nuestra fe en Ti nos da esperanza eterna»
1 Tesalonicenses 4:18
“Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.”