Juan 17:20-24
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado. Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.”
Jesucristo, estando aún en el aposento alto, y antes de salir “con sus discípulos al otro lado… donde había un huerto” (Jn 18:1), decidió orar al Padre, y tomando su ministerio como gran Sumo Sacerdote (Comp. He 4:14; 10:21), intercede por los discípulos y por los que llegarían a creer posteriormente en Él (Jn 17:9-26).
En esta significativa oración de nuestro Señor Jesucristo, hecha la misma noche previa a Su crucifixión, demuestra Su inmenso amor y Su profunda preocupación por aquellos que le pertenecían ahora a Él y al Padre (v. 9, 10). Jesucristo pide a Dios que los proteja y les ayude a ser fieles (v. 11, 15); pide que llegaran a ser santificados por medio de la Palabra de Dios (v. 17); pide que no solamente sean santificados, sino que lleguen, por medio de la verdad, a consagrarse (v. 19). Ruega al padre por una unidad perfecta como creyentes, y que su unidad sea un testimonio al mundo (v. 21, 23); y también pide para que todos ellos llegasen a amarse tal como el Padre ha amado al Hijo (v. 26).
Pero hay algo que resalta sobre todas las otras peticiones, en esta solicitud está manifestado el propósito por el que Cristo vino a la tierra, intrínsecamente hallamos el inmenso amor que motivó Su venida y que lo llevaría a Su pleno sacrificio; el mayor anhelo de Jesucristo era, y siempre ha sido, el pasar la eternidad junto a los que lleguen a creer en Él: “Padre, aquellos que me has dado, QUIERO QUE DONDE YO ESTOY, TAMBIÉN ELLOS ESTÉN CONMIGO…” (v. 24 mayúsculas añadidas).
El mayor deseo de Jesucristo, y la razón que lo motivó a sacrificarse a la cruz por culpa de nuestros pecados, es de que podamos pasar la eternidad junto a Él.
Jesucristo entregó Su vida para que nosotros tengamos perdón de pecados y vida eterna, pero para que usted y yo podamos estar en el cielo y contemplar Su gloria (v. 24) tenemos que creer en Él (v. 20). El regalo de vida eterna es un hermoso presente que Dios da a cada uno, que, mediante la fe, deposita su completa esperanza en Cristo, ya que la salvación nunca ha sido, ni lo será, algo que lo podamos conseguir nosotros mismos (Ef 2:8, 9). Jesucristo ya pagó la entrada al cielo, lo único que nosotros tenemos que hacer es recibirlo mediante la fe.
«Jesucristo, gracias por orar por mí la misma noche previa a Tu muerte, gracias porque la motivación de Tu sacrificio ha sido siempre el pasar la eternidad junto a mí, ahora yo creo en Ti»
Juan 3:16
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.”