Marcos 10:42-45
“Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.”
La manera más sencilla de definir servir sería diciendo que es el acto por medio del cual se ayuda a alguien para aliviar o suplir su necesidad. Y aunque el acto de servir es un acto noble y altruista, la gran mayoría de las personas miran al servicio como un acto de bajeza designado para personas con inferioridad social o económica.
Jesucristo, hablando con Jacobo y Juan, dijo que los gobernantes utilizan sus posiciones altas para enseñorearse de los demás, pero que entre los creyentes debería ser lo contrario, debería ser usado para servir a otros (Mr 10:42-44). En muchas partes del mundo esa diferenciación de potestad y separación de clase es más acentuada, y es donde más frecuentemente se observa el menosprecio y abuso por parte de aquellos que están en una posición superior a otros.
Pero también, para aquellos que sirven, como su cosmovisión es influenciada por ese mismo patrón de comportamiento, y consideran que una persona en cargo superior solo debe ser servida y no debe rebajarse a servir; potencializan esa mala perspectiva.
Jesucristo nos mostró todo lo contrario mientras estaba entre nosotros. El Señor estuvo siempre dispuesto a ayudar, aliviar y a suplir las necesidades de quienes lo buscaban. Cuando Lázaro murió, Él tuvo que emprender una larga caminata para revivirlo (Jn 11:17, 18). Cuando miró a sus discípulos con sus pies sucios tomó un cántaro y una toalla y los lavó (Jn 13:1-17). Y así podemos mencionar las veces que sanó ciegos, leprosos, sordos, endemoniados, dio de comer a multitudes, rescató a sus discípulos de tormentas, etc.
La más grande necesidad del hombre ha sido, y siempre será, su salvación de la condenación.
A causa del pecado del hombre, éste no puede hacer literalmente nada por sí solo que le ayude a acercarse a Dios, pues su condición de pecado le ha incapacitado (Ro 3:10-12). Las pocas buenas obras que el hombre pudiera hacer no son suficientes para alcanzar el cielo, pues están inmundamente manchadas con sus propios pecados (Is 64:6). El haber cometido un solo pecado ya fue suficiente para que pague condena eterna (Stg 2:8-11). Ya separados de Dios desde el inicio, no había nada que el hombre pudiera hacer para lograr perdón y salvación, solamente había un solo destino, la muerte eterna y el pago del castigo en el infierno.
Jesucristo vino a SERVIR esa inmensa necesidad del hombre (Mr 10:45). Él vino a buscar lo que se había perdido (Lc 19:10); vino a pagar con Su sangre lo que el hombre había hecho con su pecado (1 Co 6:19, 20); vino a ofrecernos perdón (Mt 26:28); vino a regalarnos vida eterna (Jn 10:28).
Lo único que debe hacer el hombre es reconocer su pecado, pedir perdón arrepentido, y confesando que Jesús es el Hijo de Dios que vino a salvarlo. Él nos libra de la condenación y nos otorga el regalo inmerecido de la salvación (Ro 10:9-10, 13). Lo que debe hacer el hombre es creerlo, y Jesús cubrirá plenamente esa necesidad; Él vino “para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.”
«Gracias Señor Jesucristo, desde tu trono Tú viste mi más grande necesidad, y viniste a la tierra para cubrir lo que yo nunca hubiera podido hacer a causa de mi pecado, llegaste a la cruz para salvarme»
Filipenses 2:7-8
“… tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres… se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.”