Reconociendo Su autoridad

El hombre que rechaza la autoridad de Dios en su vida siempre cuestionará Su voluntad. Le cuesta al hombre rebelde aceptar lo que Dios hace o dice en Su Palabra. Por nuestra naturaleza pecaminosa, muchos tenemos una actitud rebelde ante Dios.

¡También hay que perdonar!

Podemos concluir que la oración no solo debe estar formada con un corazón creyente, sino, con uno santo también. Como diría un comentarista: «El acto de perdonar es una decisión que viene como el deseo de cumplir la voluntad de Dios»

Limpiemos Su “casa”

¿Si Jesús se manifestara este momento en nuestra vida qué cosas cree usted que estaría “volcando y expulsando” de cada uno nosotros? No debemos vivir más sin limpiar nuestra vida espiritual sabiendo que posiblemente tenemos algo completamente desagradable ante el Señor, es tiempo de tomar acciones radicales para hacer de nuestro ser una morada digna de Aquel que merece nuestra absoluta y única adoración.

La infructuosa religiosidad

La religiosidad no salva al hombre, como muchos lo creen y enseñan, es la relación con Cristo lo que salva al hombre, y es ahí donde puede manifestarse los frutos de la nueva naturaleza, la espiritual.

Un clamor de salvación

Muchos hoy en día reflejamos el mismo comportamiento que el pueblo judío tuvo al ver a Jesús entrar. Queremos la liberación de nuestras opresiones temporales, pero no de nuestra alma; muchos lo claman como Rey, pero en su corazón rechazan Su autoridad; muchos decimos que creemos en Él, pero en verdad no lo reconocen debidamente.

Arreglo divino

En nuestra vida, todos debemos mirar la soberanía de Dios y confiar en Su voluntad y obedecer. Dios tiene todo divinamente arreglado para cumplir con Sus planes, y si nosotros seguimos con fe sus directrices, podemos confiar en que todo saldrá tal cual Él lo ha previsto.

Mendigando misericordia

Al igual que este hombre, todos estamos ciegos espiritualmente a la verdad de Dios, Su Palabra, y sin posibilidad de tener vida eterna; y el Señor es el Único que puede limpiarnos del pecado, restaurar nuestra vida espiritual, y sobre todo, salvarnos de la condenación.